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Y los violines sonaban con más dulzura, las luces adquirían mayor brillo en el crepúsculo invernal, los hombres entornaban los ojos acariciándose el bigote, y algunas matronas corrían instintivamente sus sillas atrás, apartando los ojos como si viesen de pronto, formando montón, todas las perversiones de la época.

El descubrimiento de la maldad ajena la embelesaba, la enorgullecía y la animaba a abandonarse a sus perversiones caprichosas.

Tenía tosecilla blanda y continua, expectoración pegajosa, sudores que la menor elevación de temperatura determinaba, y las perversiones del apetito se habían convertido en desgano horrible. Inútilmente la conserje del chalet lucía sus primores culinarios, ideando mil golosinas delicadas. Pilar lo miraba todo con igual repugnancia, especialmente los platos nutritivos.

Su pensamiento rebelde se esquivaba de aquel cruel cuadro, y por una de esas perversiones de la imaginación que en las crisis violentas se agita como un muelle roto, seguía viendo sin cesar la capilla de Santa Ana y los dos novios delante del altar erizado de puntas de hierro y de fuego, doloroso emblema del Destino, donde se consumía lentamente la «cera de los desposorios

La primavera se había presentado para ella bajo malísimos auspicios; los conciertos de Cuaresma y los últimos bailes de Pascua, de los cuales no quiso perder uno, le costaron palpitaciones todas las noches, cansancio inexplicable en las piernas, perversiones extrañas del apetito: derivaba la anemia hacia la neurosis, y Pilar masticaba, a hurtadillas, raspaduras del pedestal de las estatuitas de barro que adornaban sus rinconeras y tocador.

Viéndose requerida de amores los aceptó cual si temiera ser cruel no siendo agradecida, y luego las palabras dulces, las promesas cariñosas, fueron invadiéndole apaciblemente el espíritu, como algo inesperado, pero natural y espontáneo, que llegada su hora le florecía: en el alma, y comenzó a recrearse en ello y gozarlo, saboreándolo a modo de un bien supremo, legítimo y honesto, sin irritarlo con estímulos de la impureza, ni envilecerlo con perversiones de la imaginación.

Prevaliéndome de este permiso, y para aquietar mi conciencia, harto escrupulosa, tengo que hablar ahora de don Braulio y de su carta, la cual contiene proposiciones aventuradas sin duda, y que, creídas por el cándido lector, pudieran pervertirle con una de las más feas perversiones que se conocen: la de considerarse genio no comprendido, ser superior desatendido injustamente.

28 lo que aún busca mi alma, y no encuentro: un hombre entre mil he hallado; mas mujer de todas éstas nunca hallé. 29 He aquí, solamente he hallado esto: que Dios hizo al hombre recto, mas ellos buscaron muchas perversiones. 3 No seas ligero a rebelar contra él, ni en cosa mala persistas; porque él hará todo lo que quisiere;