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Por detrás de la barrera iban los chulos de la plaza, con sus blusas rojas, abrumados bajo el peso de las capas de brega, repugnantes andrajos manchados de sangre; y por los tendidos, haciendo prodigios de equilibrio, filtrándose por entre el compacto gentío, avanzaban los vendedores de gaseosas con el cajón al hombro, pregonando la limonada y la cerveza, y los tramusers con un capazo a la espalda, llenando de altramuces y cacahuetes los pañuelos que les arrojaban desde las nayas y devolviéndolos a tan prodigiosa altura con la fuerza de un proyectil.

Circulaba el porrón, soltando su rojo chorrillo que levantaba un tenue glu-glu al caer en las abiertas bocas; obsequiábanse unos á otros con puñados da cacahuetes y altramuces.

Otras veces aparecía Tonet con un bulto en el vientre: la faja llena de altramuces y cacahuetes, comprados en casa de Copa; y siguiendo el camino lentamente, comían y comían, mirándose el uno en los ojos del otro, sonriendo como unos tontos sin saber de qué, sentándose muchas veces en un ribazo sin darse cuenta de ello. Ella era la más juiciosa, y le reprendía. ¡Siempre gastando dinero!

Olvidábase de todo, de su familia, de su porvenir, de la pobre Micaela, que iba a sus espaldas rumiando altramuces, y su atención reconcentrábase en los ojos negros, que a cada momento reproducían un rincón del paisaje; en la blanca y sana dentadura, tan hermosa, tan brillante, que al reír parecía iluminar la morena cara de la joven. Y sin embargo, su conversación no podía ser más vulgar.

En Monte-Olivete sentábanse en el banco de piedra que circunda la ovalada plaza; henchíase el moquero de Tónica de cacahuetes y altramuces, y volvían a emprender la marcha, siempre por la orilla del río, más agreste ahora, con filas de seculares álamos y verdes cañares, que se estremecían rumorosos al viento con un quejido triste. Andaban, devoraban distraídamente el contenido del pañuelo.

En dos horas escasas había recaudado madame Judic más de cinco mil francos vendiendo marrons glaces. ¿Qué no recaudaría Currita vendiendo por media hora, aunque sólo fueran altramuces o garbanzos tostados?

Juana, que era tan industriosa, solía hacer helado en una pequeña cantimplora que tenía; pero con más frecuencia se entretenía comiendo ora piñones, ora almendras y garbanzos tostados, ora flores de maíz, que Juanita tenía la habilidad de hacer saltar muy bien en la sartén, y ora altramuces y, a veces, hasta palmitos cuando los arrieros los traían de la provincia de Málaga, porque en la de Córdoba no se crían.

Mientras los novios, sentados en los pendientes ribazos, con los cañares a la espalda, hablaban del porvenir, acariciándose castamente, y en pleno idilio daban fin al puñado de altramuces, Micaela permanecía inmóvil, con la mirada mate fija en el sol, que, como una bola candente, resbalaba por la inmensa seda del cielo sin quemarla, y al acercarse en su descenso majestuoso al límite del horizonte, se sumergía en un lago de sangre.

Pasaron los años sin que incidente alguno viniese a turbar la ascensión lenta y monótona del muchacho en la carrera comercial. Perdió de cuenta los cachetes y patadas que le largaron don Eugenio y los dependientes viejos, unas veces por entretenerse bailando trompos en la trastienda, otras por pillarle dando retales a cambio de altramuces o cacahuet.