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Nadie acudió a recibirnos y desmontamos precipitadamente. De repente, Sarto oprimió mi brazo. ¡Mire usted! exclamó señalando al suelo. Vi a mis pies cinco o seis pañuelos de seda hechos trizas y me volví hacia él. Son los pañuelos con que até a la vieja me dijo. Asegure usted los caballos y sígame.

Vio que se agitaban pañuelos, y bien pudo suceder que ella agitara el suyo sin saber lo que hacía... Todo el resto del día estuvo como una sonámbula.

Creyó soñar; chocaron sus dientes, su cara púsose verde, y le cayó la capa, dejando al descubierto un viejo gabán y los sucios pañuelos arrollados á su cuello. Tan grandes eran su terror y su turbación, que hasta le habló en castellano. ¡Barret! ¡hijo mío! dijo con voz entrecortada . Todo ha sido una broma: no hagas caso. Lo de ayer fué para hacerte un poquito de miedo... nada más.

No podían resistir la ausencia de Luna: necesitaban oírle, consultarle, y hasta el mismo zapatero, cuando el trabajo no era urgente, abandonaba su mesilla, y oliendo a engrudo, con el mandil plegado en la cintura y la cabeza en turbantada de pañuelos, venía a sentarse junto a la máquina de Sagrario. La joven fijaba con admiración los tristes ojos en su tío.

Todas las casas ostentaban rojas colgaduras y banderas; en la calles habían construido gradas para los espectadores y pasé saludando a derecha e izquierda, entre entusiastas aclamaciones, saludado a mi vez por millares de blancos pañuelos. Los balcones estaban llenos de damas vistosamente ataviadas, que aplaudían, saludaban y me dirigían sus más seductoras miradas.

Con pañuelos, con mantos, con cuanto hallaron á mano, le persiguieron hasta cogerle; atáronle un hilo en una de las patas, y Clara le guardó muy bien en un cajoncillo donde tenía la costura. A escondidas le echaban de comer por las noches; pero el animalito enflaquecía y se ponía más triste cada vez.

Bajaron a poco dos damas, vestidas de chulas, con riquísimos mantones de Manila, pañuelos de seda en la cabeza y antifaces de terciopelo color de rosa; en la estrepitosa carcajada que soltó una al entrar en el coche reconoció Currita a Leopoldina Pastor, y en su alta estatura y el aire de dueña con que dio al lacayo la orden, adivinó al punto en la otra a su mortal enemiga, la Mazacán misma.

Y que en esto caigan, no personas de poco más o menos, sino señores de nacimiento, de rango, señores que...». Detúvose y, reflexivo, contó un montículo de pañuelos de narices que sobre la cómoda reposaba. «Cuatro, seis, siete.... Pues yo tenía una docena, todos marcados.... Pierden aquí la ropa bastante...». Volvió a contar.

Vaciló el viejo sobre sus piernas, pero antes de caer al suelo, la hoz partió horizontalmente contra su cuello, y... ¡zas! cortando la complicada envoltura de pañuelos, abrió una profunda hendidura, separando casi la cabeza del tronco. Cayó don Salvador en la acequia; sus piernas quedaron en el ribazo, agitadas por un pataleo fúnebre de res degollada.

Sus pañuelos de cien colores agitándose producían mágico efecto en los ojos; pero sus rostros frescos de nieve y rosas y sus gargantas amasadas con puras natas hacían latir de felicidad el corazón. Colocaron á la novilla delante, la novilla ofrecida á la Virgen por el pueblo de Canzana. Era un hermoso animal de pelo rojo y brillante.