United States or Pakistan ? Vote for the TOP Country of the Week !


Pimentó, que en su calidad de valentón se interesaba por las desdichas de sus convecinos y era el caballero andante de la huerta, prometía entre dientes algo así como pegarle una paliza y refrescarlo después en una acequia; pero las mismas víctimas del avaro le disuadían hablando de la importancia de don Salvador, hombre que se pasaba las mañanas en los Juzgados y tenía amigos de muchas campanillas.

Viéndose en el camino, á cierta distancia de la taberna, echó á correr, y cerca ya de su barraca arrojó en una acequia el pesado taburete, mirando con horror las manchas negruzcas de la sangre ya seca. Batiste perdió toda esperanza de vivir tranquilo en sus tierras. La huerta entera volvía á levantarse contra él.

Parle vosté dijo avanzando un pie la acequia más vieja, pues por vicio secular, el tribunal, en vez de valerse de las manos, señalaba con la blanca alpargata al que debía hablar. Hable usted. Pimentó soltó su acusación. Aquel hombre que estaba junto á él, tal vez por ser nuevo en la huerta, creía que el reparto del agua era cosa de broma y que podía hacer su santísima voluntad.

¿Va de caza, señorito? le preguntó una criada con quien tropezó. No; voy a avisar al molinero para que deje en seco la acequia. Quiero pescar esta tarde. Salió a la carretera y siguió la dirección de Nieva esperando que el coche de sus padrinos le alcanzaría, como así sucedió a la media hora poco más o menos. Peña y don Rudesindo estaban fuertemente alterados.

¡Lladre... lladre: no t'escaparás! rugió Batiste, disparando su segundo tiro desde el fondo de la acequia con la seguridad del tirador que puede apuntar bien y sabe que «hace carne». ¡Ladrón... ladrón: no te escaparás! Le vió caer de bruces pesadamente sobre el ribazo y gatear luego para no rodar hasta el agua.

Escopetazos en medio de la calle; tiros que al anochecer relampagueaban desde el fondo de una acequia o tras los cañares o ribazos cuando el odiado enemigo regresaba del campo; alguna vez un Rabosa o un Casporra camino del cementerio con una onza de plomo dentro del pellejo, y la sed de venganza sin extinguirse, antes bien, extremándose con las nuevas generaciones, pues parecía que en las dos casas los chiquitines salían ya del vientre de sus madres tendiendo las manos a la escopeta para matar a los vecinos.

Se lanzó por entre las cañas, bajó casi rodando la pendiente de una de las orillas de la acequia, y se vio metido en el agua hasta la cintura, los pies en el barro y los brazos altos, muy altos, para impedir que se le mojase la escopeta, guardando avaramente los dos tiros hasta el momento de dispararlos con toda seguridad.

Los viejos mientras tanto silenciosos proseguían su obra, pero el sueño empezaba á acometerles y daban alguna que otra cabezada. La acequia que corría por debajo del molino con su murmullo sordo y el ruido monótono que hacían los molares de piedra al rodar en los cajones convidaban á dormir. La charla de los jóvenes en voz baja era cada vez más íntima.

Ahogábase entre las tapias; necesitaba ver su campo, como los que necesitan contemplar su desgracia para anegarse en la voluptuosidad del dolor. Y con las manos llenas de barro volvió á salir de la barraca, quedando plantado ante su bancal de mustio trigo. A pocos pasos, por el borde del camino, pasaba murmurando la acequia, henchida de agua roja.

Una espesa cortina de álamos cerraba la plazoleta formada por el camino al ensancharse ante el amontonamiento de viejos tejados, paredes agrietadas y negros ventanucos del molino, fábrica antigua y ruinosa, montada sobre la acequia y apoyada en dos gruesos machones, por entre los cuales caía la corriente en espumosa cascada.