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¡Virgen Santísima y qué barragán será cuando le crezcan las barbas! exclamó la mujer, espantada de que aquel mancebillo hubiera dado muerte al terrible animal sin la ayuda de nadie. Luego le pidió que le siguiera; pero Ramiro, acercándose a un portillo que abría hacia el campo, apoyó un momento la espada en el muro, y tomando el cuerno tocó tres veces con fuerza.

La vi, sin que ella lo notara, más de dos veces, en la penumbra del carrejo, llevarse con desesperación ambas manos a la cabeza, y la invocar al mismo tiempo, en voz enronquecida y mal dominada, al «devino Dios de las misericordias grandes» y a «la Virgen Santísima de las Nieves, la su madre clemente y amorosa». Deseaba morir de pronta muerte, si en el deseo no pecaba, antes de ser testigo «de eyu» y manchar la vista de los sus ojos en una vergüenza tal.

¿Conque no ha estado usted en Sevilla hasta ahora? ¡Pobrecito! ¿Entonces no habrá usted visto la Semana Santa? ¡Ay, madre mía, no haber visto nunca las procesiones del Jueves y Viernes Santos, no haber visto las cofradías ni los pasos, no haber visto al divino Señor del Gran Poder ni a la Santísima Virgen de la Esperanza!...¡Parece mentira, vamos, parece mentira! ¡Pobrecito!

No se pierde el don almibarado y pulido. ¿Pero no ve, desgraciado, no ve que el merengue ese puede ser padre de Lucía? ¡Sabe Dios las liebres que en su vida habrá corrido! Santísima Virgen ¡qué de historias llevará escondiditas en los bolsillos del levitín! Pero usted, ¿qué haría en mi caso, Padre Urtazu? ¿Yo? Pensarlo, en vez de quince días, un año; ¡y otro año después, por lo que pudiera tronar!

Y al mismo tiempo corresponde Cristo nuestro dueño, como infalible que es en sus promesas, con lo que nos dice por San Marcos, consolando y premiando abundantemente en esta vida las gloriosas tareas de sus siervos, comunicándoles el don de nuevas lenguas, que son infinitas como las naciones, que los nuestros aprenden casi milagrosamente para que prediquen el Evangelio, y es maravilla ver cómo aquellos bárbaros, á pocas razones de los misioneros, y viendo enarbolado el inestimable madero de la Cruz y la imagen de María Santísima, pasan á ser, casi de repente, no sólo cristianos en el deseo, sino misioneros fervorosos, apostados á perder la vida, derramando la sangre por la ley Evangélica, y al heroico creer, así de misioneros como de recién convertidos, se sigue lo que nos dice Cristo en el Evangelio, que es echar los misioneros, á vista de todos, los demonios de las Rancherías, que son sus pueblos, de que han estado en pacífica posesión por muchos siglos, con sólo decir aquellos fervosos Jesuitas el Evangelio ó poner las manos sobre los enfermos, se desvanecen los contagios frecuentes en aquellos países, obrando otras milagrosas curaciones; ni los venenos, ni la comida casi corrompida y muchas veces tan escasa, que se reduce á alguna frutilla silvestre, ocasiona el menor daño á la más delicada salud del misionero.

Reunidos, hacían el saludo y rezo, á que asistía el Rey. Las oraciones empezaban, cantando los pajes Ave María; después, por todos Salve Regina. Después un marinero de buena voz invitaba á la compañía á rogar á la Santísima Trinidad que se dignara conducir al Rey á buen puerto y le guardara de mal andar.

Había que emplear una ficción moral como tributo a la moral misma y en prueba de la importancia que debemos dar a la forma en todas nuestras acciones. Fortunata estuvo muy desvelada aquella noche. Lloraba a ratos como una Magdalena, y poníase luego a recordar cuanto le dijo el padre Pintado y el remedio de la devoción a la Santísima Virgen.

He rezado a María Santísima para que borre del alma la imagen de usted y el rezo ha sido inútil. He hecho promesas al santo de mi nombre para no pensar en Vd. sino como él pensaba en su bendita esposa, y el santo no me ha socorrido.

Pero mientras la muerte no llega, vivamos cada cual á su gusto, sin hacer la santísima á los demás, que es lo único en que gozan los que piensan á todas horas en su almaFaltaban pocos minutos para que partiese el tren, y el capitán se despidió de Aresti. Esta tarde, en la romería, puede que tengas la gran sorpresa. Tal vez vaya en ella Pepe con su escapulario.

Ea, que estamos en la casa de Dios, señoras dijo Eliseo dando golpes en el suelo con su pata de palo . Guarden respeto y decencia unas para otras, como manda la santísima dotrina». Con esto se produjo el recogimiento y tranquilidad que la vehemencia de algunos alteraba tan a menudo, y entre pedir gimiendo y rezar bostezando se les pasaban las tristes horas.