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Al acercarse a él, el coche tropezó con una piedra, se soltó una de las ruedas, la caja se inclinó y vino a tierra. Todos los viajeros cayeron revueltos en el barro. Martín se levantó primero y tomó en brazos a Catalina. ¿Tienes algo? la dijo. No, creo que no contestó ella, gimiendo. La superiora se había hecho un chichón en la trente y el demandadero dislocado una muñeca.

A las flores he oído muchas veces gimiendo por lo bajo... ¿Tal vez entre sus pétalos el alma hay de un enamorado? ¿Tal vez las mismas flores aun lozanas reciban desengaños, y tengan de amarguras y dolores repletos los nectarios?

14 Porque no tenemos aquí ciudad permaneciente, mas buscamos la por venir. 16 Y, del hacer bien y de la confraternidad no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios. 17 Escuchad a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como aquellos que han de dar la cuenta; para que lo hagan con alegría, y no gimiendo; porque esto no os es útil.

En vano pretende vivificarla acariciando sus hermosas caderas, y gimiendo de dolor entre sus marmóreos pechos. Ya no es mujer, es una divinidad. Es la diosa del amor en nueva forma, con caracteres desconocidos.

Empuje usted por su lado y prometa ser tan siquiera regular. Pues por prometido no quedará.... Tía Roma déjame... déjame sólo. No quiero ver á nadie. Me entiendo mejor solo con mi afánLa anciana salió gimiendo, y D. Francisco, puestas las manos sobre la mesa, apoyó en ellas su frente ardorosa.

Miguelina se dejó caer en una silla, gimiendo con voz doliente: Eso no impedirá a las malas gentes charlar de nuevo al verle en mi casa.

Aquesto á Valero me digera, Tambien Garay del hecho se jactaba, Y en la Asumpcion á me lo contaba. Dejóle allí llorando su ventura, Y para que no pueda ir adelante La cosa asegurar así procura. Arrebata un agudo pujavante, Y jurando cumplió luego la jura. Despálmale la mula en un instante; La mula con dolor está gimiendo, Y Garay con los suyos riendo.

¡Batiste! ¡Batiste!... Vine pronte. Y Batiste corrió á través del campo, asustado por el tono de voz de su mujer. Luego vió que se mesaba los cabellos gimiendo. El chico se moría: bastaba verlo para convencerse. Batiste, al entrar en el estudi é inclinarse sobre la cama, se agitó con un estremecimiento de frío, algo así como si acabasen de soltarle un chorro de agua por la espalda.

El mal no tenía remedio. ¡Miserable de él! ¿Dónde estaba la poesía de su pasión? ¿Qué había de común entre él y aquellos amantes que había visto en los libros, inclinados sobre el lecho de la moribunda, abrazándola y gimiendo el último adiós?... ¡Feli, Feli!

Detrás de ellos quedaban miles y miles de camaradas gimiendo en los lechos de los hospitales y que tal vez no se levantarían nunca. Millares y millares estaban ocultos para siempre en las entrañas de una tierra mojada por su baba agónica, tierra fatal que al recibir una lluvia de proyectiles devolvía como cosecha matorrales de cruces.