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Mientras así hablaban, Ester había estado observando fijamente al anciano médico, y se quedó sorprendida á la vez que espantada, al notar el cambio que en él se había operado en los últimos siete años; no porque hubiera envejecido, pues aunque eran visibles las huellas de la edad, parecía retener aun su vigor y antigua viveza de espíritu; pero aquel aspecto de hombre intelectual y estudioso, tranquilo y apacible, que era lo que ella mejor recordaba, había desaparecido por completo, reemplazándole una expresión ansiosa, escudriñadora, casi feroz, aunque reservada.

¡Jesús! gritó la voz espantada de la hermana Casilda, que no se había desvestido aún. Cuando acudieron a la cama de Adriana, denunciada por sus compañeras, la vieron que dormía; una suave sonrisa flotaba en sus labios, como si su alma, soñando, hubiese volado a la región de sus éxtasis. Insensiblemente se fue adhiriendo a su espíritu la maldad viciosa, hostil a la antigua pureza de su corazón.

No se diga más, sino que fue de manera que se alzó de nuevo en los estribos, y, apretando más la espada en las dos manos, con tal furia descargó sobre el vizcaíno, acertándole de lleno sobre la almohada y sobre la cabeza, que, sin ser parte tan buena defensa, como si cayera sobre él una montaña, comenzó a echar sangre por las narices, y por la boca y por los oídos, y a dar muestras de caer de la mula abajo, de donde cayera, sin duda, si no se abrazara con el cuello; pero, con todo eso, sacó los pies de los estribos y luego soltó los brazos; y la mula, espantada del terrible golpe, dio a correr por el campo, y a pocos corcovos dio con su dueño en tierra.

Beber y más beber. El vinazo y el aguardientazo le remataron. Una mañana despertó ella oyéndole dar unos grandes gruñidos... así como si le estuvieran apretando el tragadero. ¿Qué era? Que se estaba muriendo. Saltó espantada de la cama, y llamó a los vecinos. No hubo tiempo de suministrarle y sólo le cogió la Unción. Esto pasaba en Lérida.

El Canelo, con el rabo enroscado, marchaba delante, unas veces cerca, otras lejos, y parándose con frecuencia á ver si sus amos le seguían. Mientras no salvaron el puente caminaron en silencio. La condesa observaba con el rabillo del ojo y sonriendo picarescamente la actitud encogida y espantada de su acompañante. Al llegar á la carretera tuvo compasión de él y le dirigió la palabra.

Abrí de golpe la ventana y grité batiendo las manos: ¡Muy bien, Petrilla! Ya veo a usted señorita. Petrilla, espantada, tomó sus zuecos en la mano y corrió a guarecerse en el establo. El gran palurdo se quitó el sombrero y me examinó con una estúpida sonrisa que le hendía la boca hasta las orejas. Reíame con todas mis ganas, cuando un coche, que yo no había oído llegar entró en el patio.

Un hombre hastiado debe morir noblemente luchando brazo a brazo con el hastío, forzándole, estrechándole, entrando de lleno en los excesos de todo género, hasta caer bajo los estragos de una vida monstruosa, absurda. Yo lo adopté todo: la crápula, la orgía el desorden, el placer... Yo esperaba que apareciese la tisis. Pero la tisis huyó espantada de .

La pobre mujer no podía ofrecer nada más que una taza de leche y torta de borona, pero «¡cómo había de comer cosa tan ruin la señora condesaQue lo coma para que sepa cómo viven los pobres dijo Pedro con cierto énfasis brutal. La condesa, lejos de ofenderse, le dirigió sonriendo una mirada humilde y aceptó de manos de su espantada madre la taza de leche y la torta.

Se acercó lentamente á la vieja, que retrocedió espantada, y plantándose delante de ella con los brazos en jarras dijo roncamente: ¿Sabe usted, señora, por qué no tengo honra? Pues porque ese hombre que está ahí me la ha quitado. Pero usted, en vez de aconsejarle que me la vuelva, se humilla y le baila el agua para meterle en casa.

Es la Briffarde. La moribunda pasea por nosotros la espantada interrogación de sus ojos y los fija después en Elena, a la que mira un rato sin decir palabra, ya porque al pronto no la ha conocido, ya porque necesitase reunir sus fuerzas para hablar. Ya está usted ahí dijo en voz baja y bronca. Creí que no vendría usted. Lo había prometido.