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Vagó hasta pasado mediodía por las calles poco frecuentadas inmediatas a la Almudaina y la catedral. El desfallecimiento del estómago guió sus pasos instintivamente hacia su casa. Comió silencioso, sin saber lo que comía, no viendo a madó, que, inquieta desde el día anterior, rondaba en torno de él, ansiosa de entablar conversación.

Tan sólo cuando vio el encendido color y notó la entrecortada respiración de su ansiosa oyente, sintió una repentina punzada de remordimiento, murmurando entre sus apretados dientes: ¡Dios la ayude y me perdone! Pero, ¿cómo es posible que yo se lo diga todo ahora?

¡Jesús!... ¡Vaya por Dios! ¡Vaya por Dios!... No pensé que fuera para tan pronto... ¡Pobre D. Álvaro! exclamó levantándose vivamente y apresurándose a ponerse los manteos y el sombrero. ¡Bah! ¡Un hereje que no ponía los pies en la iglesia! ¿Qué importa que se muera? Cuanto primero se lo lleven los demonios, mejor. El excusador le dirigió una mirada tímida y ansiosa.

De vez en cuando se paraba delante del niño y le clavaba una mirada ansiosa, profunda. Abuelo, ¿por qué me miras así?... ¿He sido malo? ¡No, hermoso mío, no! respondió el antropólogo cambiando de expresión y volviendo a su benévola sonrisa habitual. Tornó a pasear, y otra vez se detuvo frente a su nieto y le cogió la cabeza con sus manos trémulas, febriles.

Gracias, Manuel dijo dirigiendo la palabra de una manera fría al bufón ; habéis hecho más de lo que yo quería; esto es magnífico. Ha costado mucho y se ha trabajado bien dijo el tío Manolillo con la voz conmovida y sin apartar su mirada ansiosa de Dorotea. ¿Qué hora es? dijo la joven. Ya es hora de ir en su busca. Pues id; tengo grandes deseos de acabar.

Aresti no quiso protestar. No le infundía repugnancia el mote de su primo. ¿Inquisidor? sea. Toda la España, ansiosa de algo nuevo, sentía lo mismo que él, sólo que no llegaba á razonar sus impulsos. En otros pueblos más adelantados, la crisis religiosa, el paso de la Fe á la Razón, se había verificado dulcemente, en medio del respeto y la libertad.

No; pues del mismo modo Azorín no acertaría a explicar lo que dice Pepita con sus miradas suaves. Pepita ha querido saber dónde se iba Azorín. Pero es el caso que Azorín no lo sabe tampoco. ¿Dónde se irá él? ¿Qué país elegirá para pasear sus inquietudes? Ha estado un momento pensándolo, y como Pepita continuaba mirándole ansiosa, ha dicho al fin: Yo creo... que me marcho... a París.

La dama le hacía mil preguntas, y él le contestaba procurando ser lo más cortés que el hambre le permitiera. Las preguntas eran de esta clase: ¿Creyó usted que no almorzaría hoy? ¡Ah, señora! no.... Porque yo no me olvidaba de que usted estaba sin comer. Yo le doy á usted las gracias. Pero usted no se lo figuraba decía Paulita, ansiosa de apurar aquella cuestión hasta el fin.

Como esto no podía ser, se exasperaba, se ponía loca como una fiera hambrienta. ¡Calla! La niña no podía; dejaba escapar un gemido. ¡Calla! repetía, acompañando la orden de algunos golpes. Josefina trataba de callar, hacía esfuerzos desesperados por conseguirlo; pero la respiración ansiosa se escapaba a su pesar, produciendo un gemido. Más golpes. ¡Calla o te mato!

He crecido sabiendo con qué punzadas y retortijones avisa el estómago el dolor de su vacío... He sufrido privaciones y vergüenzas, hasta que un día... Calló un momento. Temblaba su voz, súbitamente enronquecida. Se llevó una mano a los ojos como si le molestase la luz. Un día, cuando fui hombre, una infeliz me escuchó: una compañera de miseria, ansiosa de ideal a su modo.