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La mirada del viejo era fija, inquisitorial, escudriñadora; pero Juanito tuvo serenidad para mentir. No, señor; nada he firmado. Te creo, y lo celebro. ¡Mucho ojo, muchacho! Tu madre tiene hambre de dinero, y de seguro que no pierde de vista tu fortunita. No quiero que te roben.

Mientras así hablaban, Ester había estado observando fijamente al anciano médico, y se quedó sorprendida á la vez que espantada, al notar el cambio que en él se había operado en los últimos siete años; no porque hubiera envejecido, pues aunque eran visibles las huellas de la edad, parecía retener aun su vigor y antigua viveza de espíritu; pero aquel aspecto de hombre intelectual y estudioso, tranquilo y apacible, que era lo que ella mejor recordaba, había desaparecido por completo, reemplazándole una expresión ansiosa, escudriñadora, casi feroz, aunque reservada.

El conde pronunció estas palabras con tal pausa y frialdad, que no es fácil comprender cómo no se helaron antes de salir fuera de los labios. Servidor de usted dijo Octavio, con señales visibles de hallarse cortado. He oído hablar bastante de su papá prosiguió el conde, con mayor pausa aún y sin apartar su mirada fría y escudriñadora del rostro del mancebo.

Se diría que Goethe, cuya defensa hemos hecho y a quien no creemos malo, allá en los momentos de mayor severidad contra mismo, cuando más descontento se hallaba de su pensamiento y de su corazón, hundió en él la mirada aguda y escudriñadora, hizo cruel examen de conciencia y sacó de allí las malas pasiones, las iras, las envidias, las concupiscencias, los demás apetitos viciosos, las tempestades, los desórdenes y las otras negras tintas con que traza la figura moral de su héroe.

El cantor oyó la grita sin turbarse; viósele de improviso sobre el caballo, echando una mirada escudriñadora sobre el círculo de soldados con las tercerolas preparadas, vuelve el caballo hacia la barranca, le pone el poncho en los ojos y clávale las espuelas.

Ponga usted precio a su secreto, la dije desentendiéndome de su observación, y entrando de lleno en mi objeto. Es usted muy joven, me dijo, para que pueda haber perdido una hija de la edad de Amparo; sin embargo, pudiera ser que algún amigo hubiera a usted encargado le buscase una niña perdida. Y la Adela me miraba de una manera fija, escudriñadora. ¿Se obstina usted en no confiarme?... la dije.

Salimos de casa á las diez, y discurriendo casi maquinalmente por la calle de Montesquieu, notamos que entraban y salian muchas personas del número 6. Nos aproximamos, dirigimos hácia el interior del piso bajo una mirada escudriñadora, y desde luego convinimos en que aquel edificio debia ser una iglesia ó bien un teatro.

De intento y por su naturaleza, había de ser siempre un manuscrito; todo lo más, debía figurar en uno de estos archivos íntimos de familia, colección de documentos que eslabonan la generación presente con las que han dejado de existir; documentos que, en su manía escudriñadora, suelen encontrar en las arcas viejas los muchachos, los parientes, quienes se entretienen hojeándolos durante las tardes ociosas del otoño.

Los amigos te esperan en el casino. Sólo te han visto un momento esta mañana: querrán oírte; que les cuentes algo de Madrid. Y doña Bernarda fijaba en el joven diputado una mirada profunda y escudriñadora de madre severa que recordaba a Rafael sus inquietudes de la niñez. ¿Vas directamente al Casino?... añadió. Ahora mismo irá Andrés.

De modo que, prudente, acorazado, trata de prolongar su existencia cuanto puede. Terminado su trabajo diurno, ¿estará seguro de noche en un sitio abierto por todos lados? ¿Los indiscretos no fijarán en él su mirada escudriñadora? ¡Quién sabe!