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De pronto, el Capellanet saltó al medio de la plaza tremolando su sombrero... «Pero ¿es que iban a pasar la tarde oyendo la flauta sin bailarCorrió al grupo de atlotas y agarró por las manos a la más grande, tirando de ella. «¡!...» Esto bastaba para la invitación. Cuanto más rudo era el manotazo, más cariñoso parecía y digno de agradecimiento.

Acepté, no la molestia, sino el favor que me hacía en ello; entró él de un salto en el gabinete, y antes de cinco minutos apareció en la sala bien calzado y no mal vestido, o, mejor dicho, acabando de vestirse con graciosa desenvoltura.

Dejó que se aproximara, y cuando ya estaba cerca de la puerta de Pepe, salió de pronto de la oscuridad y se le plantó delante. Buenas noches, Antoñico. El amante de la maga dió un salto atrás y echó una ansiosa mirada á los lados, sin duda con intención de huir.

Que no le importa un rábano a nadie de fuera de esta casa saltó Juana con acento brusco, temiendo que la intrusión de un tercero pudiera torcer la marcha de aquel asunto que tan a su gusto caminaba. Pues quedaos con Dios dijo el señor cura, que ya conocía el humor de Juana, disponiéndose a salir de la tienda.

Su contenido y su ortografía era como sigue: «Señor dotor: »No creha V. que esta es una carta nónima: yo hago las cosas claras; comienzo por decirle mi nombre, que es Lucía del Salto; me parece que es nombre bastante conocido.

, ahí van.... Y el mismo esposo estiró el cuello... y asomó la cabeza.... Lo vio todo. Dio un salto atrás. ¡Infame! ¡es un infame! ¡me la ha fanatizado! Sintió escalofríos. En aquel instante la charanga del batallón que iba de escolta comenzó a repetir una marcha fúnebre. Al pobre Quintanar se le escaparon dos lágrimas.

Para él estas dudas no provenían más que de rebeliones de la carne, a la cual había que combatir con la humildad y las disciplinas. Saltó pronto la barrera de la duda y cayó en el campo de la incredulidad. Desde entonces, ni un momento de vacilación; más y más convencido cada día de que este mundo no valía nada, y que fuera de este mundo no había que esperar otra cosa.

¡Ahí vienen, vienen todos!... ¡Me buscan, me buscan!... ¡Han lanzado contra un millón de víboras! ¡Todos las ponen en el suelo! ¡Y yo no tengo más cartuchos!... ¡Me han visto!... Uno me apunta... El hombre pisó algo blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento, vió una yararacusú que arrollada sobre misma esperaba otro ataque.

Ahí están las llaves... quizás se nos ocurra alguna idea. Juan descuelga el manojo de llaves y la sigue al patio, donde el sol del mediodía lanza sus rayos ardientes. Abre el molino dice Gertrudis. Allí hace fresco. El obedece; y ella sube de un salto los escalones y entra en la penumbra de la sala, donde reina el silencio del domingo.

Unos se desplomaron como sacos medio vacíos; otros rebotaron en el suelo lo mismo que pelotas; algunos dieron un salto de gimnasta, con los brazos en alto, cayendo de espaldas ó de bruces, en una actitud de nadador.