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¿Qué os pasa, arquero? gritó Roger corriendo tras él y echándole mano al coleto. ¿Á dónde váis? Á Munster. ¡Suelta, muñeco! Pero ¿qué váis á hacer allí? Meterle seis pulgadas de hierro á tu hermanito en la barriga. ¡Cómo! ¡Insultar á una doncella inglesa y azuzar los perros contra su hermano! Pues ¿para qué tengo yo esta espada?

Entonces seré turrón de Alicante: dulce, pero duro. Y vaya si me ha parecido duro. Si advirtió usted dureza, hablará sólo de su dulzura por adivinanza. Pues qué, ¿no podría yo probarla? Ya está usted viejo, don Paco, y no podría meterle el diente. Pues te equivocas, que yo no estoy tan viejo, y tengo los dientes tan cabales y fuertes, que si se tratase de mordiscos, hasta en una piedra los daría.

La marquesa y el sacerdote seguían cuchicheando vivamente allá en un rincón, ella cada vez más humilde e insinuante, sentada sobre el borde de la butaca, inclinando su cuerpo para meterle la voz por el oído; él más grave y más rígido por momentos, cerrando a grandes intervalos los ojos como si se hallase en el confesionario.

19 Y no hallando por donde meterle a causa de la multitud, se subieron encima de la casa, y por el tejado le bajaron con el lecho, en medio, delante de Jesús; 20 el cual, viendo la fe de ellos, le dice: hombre, tus pecados te son perdonados. 21 Entonces los escribas y los fariseos comenzaron a pensar, diciendo: ¿Quién es éste que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?

Y de allí nadie le podía sacar y no había amenazas capaces de intimidarle. En vano el Gobernador M hizo un viaje expresamente para hablarle y meterle miedo; él á todo respondía: Podeis hacer lo que querais, señor Gobernador, yo soy un ignorante y no tengo fuerzas.

Pero ¡ay! que no me la quita nadie: que es ella la que se va... He pasao los días vigilando de lejos la torre de Marchamalo. ¡Las copas que llevo bebías en el ventorro de la carretera y que se me golvían veneno al ver bajar o subir a alguien la cuesta de la viña!... He pasao las noches tendido entre las cepas, con la escopeta al lado, dispuesto a meterle un puñao de postas en el vientre al primero que se acercase a la reja... Pero no he visto más que a los mastines.

¡Pues así es! replicó Lope . Venga mi cola; si no, por Dios que no me lleven el asno si bien viniesen por él cuantos aguadores hay en el mundo; y no piensen que por ser tantos los que aquí están me han de hacer superchería, porque soy yo un hombre que me sabré llegar a otro hombre y meterle dos palmos de daga por las tripas, sin que sepa de quién, por dónde, o cómo le vino; y más, que no quiero que me paguen la cola rata por cantidad, sino que quiero que me la den en ser y la corten del asno, como tengo dicho.

Don Pedro Nolasco hacía temblar las paredes con el estruendo de sus ponderaciones de lo recio y de lo crudo del temporal. No recordaba otro como él de muchos años atrás. Había estado como sin sangre en aquellos días, y no hubo durante ellos lumbre que alcanzara a meterle en calor.

En su primera época de estudiante, casi niño, no fue Pepe de esos muchachos que se sientan lo más cerca posible del maestro, aprendiendo de memoria, como loros, cuanto se les manda, antes por obediencia y aplicación irreflexiva que por verdadero amor a estudios que aún no entienden; pero tenía inteligencia sobrada para comprender que había de llegar un día en que de todas aquellas asignaturas y materias, que juntas querían meterle por fuerza de golpe en la cabeza, tendría que fijarse en alguna, decidirse y estudiarla, confiando a la perseverancia en el trabajo su porvenir y el amparo de los suyos.

¿Quieres callarte, pelmazo?... ¿Vas á empezar con las simplezas de siempre? ¡Que , niña, que ! profirió Velázquez bajando la voz y avanzando el cuerpo hacia ella hasta meterle las alas del sombrero por los ojos. Que eres más rica que los doblones de á cuatro, más salada... Vaya, niño, déjame el alma quieta y no me saques los ojos con el sombrero, que aunque no son bonitos á me hacen avío.