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No creas que tengo gran interés en saberlo. ¿Qué me meto yo en el bolsillo con saber un nombre más? Es un nombre muy feo... No me hagas pensar en lo que quiero olvidar replicó Santa Cruz con hastío No te digo una palabra, ¿sabes? Gracias, amado pueblo... Pues mira, si te figuras que voy a tener celos, te llevas chasco. Eso quisieras para darte tono. No los tengo ni hay para qué.

Ana se comparaba con la hija del Comendador; el caserón de los Ozores era su convento, su marido la regla estrecha de hastío y frialdad en que ya había profesado ocho años hacía... y don Juan... ¡don Juan aquel Mesía que también se filtraba por las paredes, aparecía por milagro y llenaba el aire con su presencia!». Entre el acto tercero y el cuarto don Álvaro vino al palco de los marqueses.

Recuerdo que una señorita llevaba en la cabeza un aderezo, que difícilmente podria pasar en la cabeza de un caballo de gala. Es indispensable asistir á estas escenas prácticas de la vida, para aprender, á costa de dolor y de hastío, cuán fecunda y moralizadora es la naturaleza.

»Por lo que hace á robustez, que es lo que en busca y dice que encuentra todos los días Silvestre desde que estoy en la aldea, si algo he aumentado en volumen, debe ser consecuencia de la corteza tostada que cubre mis manos y mi cara, y del no qué que se ha adherido á mis cabellos que, á pesar de mi esmero, se rebelan, y están cada día más rústicos y cerdosos.... Decididamente me vuelvo á la corte.... Pero ¿y el hastío que me echó de ella? ¿Será otra ilusión, como la del campo, la inclinación que hoy siento hacia Madrid?

Desde la aparición de don Álvaro en la plaza, el humor de Ana había cambiado, pasando de la aridez y el hastío negro y frío, a una región de luz y calor que bañaban y penetraban todas las cosas: aquellas bruscas transformaciones del ánimo, las atribuía supersticiosamente a una voluntad superior, que regía la marcha de los sucesos preparándolos, como experto autor de comedias, según convenía al destino de los seres.

Comprendí que tenía delante una pobre existencia necesitada de amparo. Nunca mi hastío de la vida llegó hasta el punto de hacerme indiferente a las desgracias ajenas. Metí la mano en mi bolsillo y saqué una moneda. Era una onza. Yo había pensado darla un napoleón. Sin embargo, alargué la mano hacia la niña y la entregué la onza. La chica la tomó, probó su peso y se puso gravemente seria.

Deja, deja que ese que te me roba conozca el hastío de amarte, y pronto encontrarás los desdenes del señor. ¿Y cómo piensas que los suyos te tratarán? El menor de ellos piensa hombrearse con los reyes.

Además, creo que el ministro de la Guerra no tardará, y él enterará á V.M. de las precauciones que hemos tomado. ¿Esta noche? dijo el Rey con hastío. Veo que V.M. quiere descansar. Por esta noche no hay nada que temer. Puede V.M. reposar tranquilo. Bien; puedes retirarte.

Aun creía la infeliz que sus ruegos podían ablandar á aquellos dos energúmenos de corazón empedernido por el hastío, la insociabilidad y la amargura de una vida claustral. Aun les suplicó: otra vez se volvió á arrodillar delante de María de la Paz, y le tomó las manos, aquellas manos nacidas sin duda para un puñal.

Me reduje, pues, a satisfacer las necesidades materiales, y no pudiendo vencer al hastío, le acepté con dignidad. En este estado, pues, me encontraba a las tres de la mañana, aquella en que las calles de Madrid estaban cubiertas de nieve. Salía yo de una de esas casas, donde todo es permitido, donde se ríe, se bebe, se habla libremente, se fuma y se está medio tendido y con el sombrero puesto.