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Enganchó al caballo, puso el yugo al buey, persuadió á la vaca de que debía permanecer quieta en un establo y dejarse ordeñar resignadamente; también logró convencer á la gallina y al cerdo de que les convenía vivir cerca del hombre, para que éste pudiera matarlos cómodamente cada vez que le apeteciese alimentarse con sus despojos.

José y María llegan pobremente vestidos, y llaman á muchas casas de sus parientes para pedir hospitalidad; pero Lucifer y Satanás les persuaden que no abran sus puertas á los recién venidos; permanecen, pues, cerradas, y no les queda otro recurso que refugiarse en un miserable establo.

El corral, el establo, las pocilgas, eran obra de su padre; y aquella montera de paja, tan alta, tan esbelta, con las dos crucecitas en sus extremos, la había levantado él de nuevo, en sustitución de la antigua, que hacía agua por todas partes.

Dio la vuelta a toda ella el sacerdote, subió algunos pasos por una calleja sucia, y se encontró con una misérrima fábrica hecha de piedras del río sin labrar apenas, con una puerta desvencijada. Estaba cerrada, y a nadie vio por allí delante. Iba a dejar aquel sitio y volverse a la casa, cuando detrás del establo oyó ruido de voces.

Al fin consiguieron trasponer la colina, y deteniéndose un punto a tomar aliento, bajaron otra vez de corrida hacia el establo, que no distaba mucho de la cumbre. La puerta estaba cerrada con llave. Los fugitivos se miraron acongojados, sin saber qué hacer. En mucho trecho a la redonda no había nada donde guarecerse. Oíase ya formidable rumor de voces hacia la cumbre que acababan de doblar.

Y la gente de establo y cocina decía que estaba bien, lo que es mucho decir, porque ésa es gente que lo halla mal todo. Y el ruiseñor tenía su caja real, con permiso para volar dos veces al día, y una en la noche. Doce criados de túnica amarilla lo sujetaban cuando salía a volar, por doce hilos de seda.

Al que no lo atropellaban le hacían sin duda mal de ojo, y por eso su pobre Morrut, el caballo viejo, un animal que era como de la familia, que había arrastrado por los caminos el pobre ajuar y los chicos en las peregrinaciones de miseria, se iba debilitando poco á poco en el establo nuevo, el mejor alojamiento durante su larga vida de trabajo.

Bajó de él un hombre, dijo algunas palabras al sirviente que le acompañaba, y miró en torno de en busca de alguien a quien hablar. Pero Petrilla, cuyo bonete blanco veía yo asomar a través de la abertura enrejada del establo, no se movía, y su enamorado se había precipitado de bruces detrás de un pajar.

Entró en el establo y dió algunos pasos hacia ella. ¡Cuidado, señora, que es un animal muy torpe! Pero la condesa no hizo caso. Llegó hasta la vaca, la cual sacudió la cabeza y lanzó un resoplido con señales de susto. ¡Cuidado, señora, cuidado! volvió á exclamar Pedro.

Su fisonomía se alteraba al divisar el niño; y éste, arrastrándose por el suelo, olvidando sus travesuras diabólicas, sus latrocinios, su afición al establo, se emboscaba a la entrada de la capilla para ver salir a la nena y hacerle mil garatusas, que ella pagaba con risas de querubín, con júbilo desatinado, con el impulso de todo su cuerpecillo proyectado hacia adelante, impaciente por lanzarse de brazos del ama a los de Perucho.