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El capitán hizo al instante levar anclas y el buque, arrastrado penosamente por sus dos botes, emprendió una marcha lenta hasta llegar á paraje abierto donde pudiera desplegar las velas. Las lanchas le daban escolta. Reinaba el júbilo en éstas, cambiándose entre unos y otros mil bromas y donaires. El blando movimiento de las olas y la fresca caricia de la brisa excitaban más su alegría.

Y la tía, sin soltarle, repitió su pregunta desolada: ¿Qué has hecho? ¿qué has hecho? ¡Alguien te ha aconsejado mal, te ha arrastrado al crimen, porque has sido siempre bueno, has sido honrado, honrado como tu padre y como tu abuelo! Tía, ¡por Dios!

Mejor es vergüenza en rostro que mancilla en corazón. No te ataré con un cabello, pero voy a atarte con este hilo, de la lana con que, sin que lo supieses, te estaba haciendo calcetines y pensando en ti, ¡ingratón, prófugo, arrastrado!

Sus hermanos mayores figuraban en la oficialidad de los regimientos privilegiados. El había arrastrado sable como teniente.

Y arrastrado por su afán de catequista, añadió: Lo que usted debe hacer, señor de Maltrana, es ponerse bien con Dios; dar a ese ángel de bondad que vive con usted lo que le pertenece: unirse a ella como dispone la Santa Madre Iglesia. Isidro adivinó lo que el hermano quería decir. Se había enterado de que él y Feli no eran casados.

Sus compañeros le sujetaban; querían llevársela. El mozo echaba fuego por los ojos. ¿Qué es eso? preguntó Petra. Nada dijo uno celucos. gritó una joven pero si ella se descuida la ahoga. Bien merecido lo tiene; es una tal. El joven de la blusa azul salió del paseo, a viva fuerza, casi arrastrado por sus amigos.

Hacía esfuerzos por aparentar rudeza y mal humor, como si se presentase arrastrado por el deber y no por el cariño; pero el cerdoso bigote le temblaba y los ojillos parpadeaban nerviosamente.

En el cuarto de Ulises se veían cintas, madejas de hilo, un abanico viejo, depositados sobre papeles y libros, por el mismo reflujo misterioso que había arrastrado sus retratos del dormitorio de su madre al de su prima. El marino gustaba de quedarse en casa.

Una idea no más; una palabra que el viento ha hecho llegar hasta mi oido ignorando el pesar que me produce. ¡Dios! ¡Idea infinita, imposible verdad, tonante dueño de cuanto en el vacío cruza, bulle y se agita arrastrado en contínuo movimiento! ¡Dios! ¡La fuerza que crea cuanto concibe el hondo pensamiento; la mano que aniquila indiferente para crear de nuevo... ¡Oscura idea!

Diez minutos despues de alejarme de aquel monumento que es el orgullo del poder industrial de Inglaterra y el mas noble testimonio de su cosmopolitismo civilizador, arrastrado en el fondo de un vagón por ese huracán de hierro que se llama locomotiva, sentía esa sensación vaga que nos queda siempre en la memoria después de un sueño magnífico.