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Me pasa que me has engañado, que me prometiste hacerme servir á las órdenes de uno de los más grandes capitanes del reino y en su lugar buscas para capitán de la Guardia Blanca á ese alfeñique vestido de terciopelo, con sus ojillos llorosos y que por lo flaco y desmedrado parece no haber comido en tres días.... ¡Hola, con que ahí es donde te duele!

Entra una especie de jamelgo de coche fúnebre, un larguirucho esqueleto apocalíptico, de una delgadez inverosímil. Es la señora marquesa-presidenta. Mucha nobleza y condescendencia. Esta dama, sin edad y sin belleza, de ojillos negros y penetrantes, lanza sobre todos los humanos una mirada impregnada de desprecio y de compasión. Vera le presenta a Sita.

Representa menos de cuarenta años, es de ojillos vivos, ordinario de facciones, juntos el bigote y la perilla tan negros como el pelo, y su traje de corte es negro, con golilla blanca, severo, casi señoril. La totalidad de la figura sin accesorio alguno, hasta sin piso, destaca por obscuro sobre fondo gris: esta como en el aire y sin embargo, no puso Velázquez hombre mejor plantado.

Bajo cejas negras todavía, brillaban dos ojillos penetrantes y nerviosos, que habían vivido catando el tinte justo de los hierros y siguiendo el arabesco de las ataujías. El fuego había chamuscado sus manos verrugosas y obscuras como sarmientos. Su boca grave y su adusto mirar expresaban pundonor y firmeza.

¡No haré semejante cosa! dije. ¡Ni usted tampoco! Desde ahora me niego rotundamente a engañar de tal modo a la Princesa. Sarto clavó en sus ojillos penetrantes. Después apareció en sus labios sardónica sonrisa. Corriente, joven; como usted quiera. Vaya, limítese usted a tranquilizarla un poco, como pueda. Y ahora hablemos de Miguel. ¡A quien Dios confunda! dije. Ya hablaremos de él otro día.

Y misia Gregoria, sofocada por la revelación terrible, muda, miraba a su marido, parpadeándole los ojillos espantados. Esteven repuso: ¿Lo has oído? , hija, arruinado, arruinado, así, como te lo digo. Hundió la cabeza en las almohadas, dando un suspiro. La señora repetía entre dientes: ¡Arruinado, arruinado! como si la palabra fuera de un idioma extraño y buscara la significación.

Sus dientes castañeteaban a causa del frío y de la impaciencia y tenía sus ojillos fijos en el doctor con la curiosidad inquieta de un niño ante el que se abre una caja de bombones. El señor Le Bris no le hizo esperar. ¿Usted sabe dijo cuál es la situación de la señora de Chermidy? Viuda consolable de un marido al que no ha visto nunca.

Don Andrés estaba allí mirándole con sus ojillos de color de aceite que brillaban entre las arrugas con una expresión de autoridad. Me has dado la gran noche, Rafael. dónde has estado. Vi anoche cómo te embarcaste con esa mujer, y no han faltado amigos que os han seguido para saber dónde ibais.

Pero cuando contempló al pobre hombre vestido con los guiñapos del carbonero y vió la expresión de dignidad ofendida que tenían el rostro mofletudo y los ojillos saltones de maese Rampas, le fué imposible contener la risa.

No, hombre, no insistió él con la mayor seriedad . Entendí que conocías el dicho que corre aquí como evangelio. Y ¿qué dicho es ése? Que no hay en todo este valle más llanura que la sala de don Celso. ¿Oístelo ahora? añadió riéndose y mirándome a la cara con sus ojillos de raposo . Pues atente a ello.