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Un estallido de aplausos, acompañado de vibrantes aclamaciones, sonó en la cubierta superior. El curioso Maltrana corrió escalera arriba, y Fernando tras él. Una muchedumbre llenaba el jardín de invierno y el salón. Algunas banderas tricolores desplegábanse sobre las cabezas descubiertas.

Maltrana, con gran detrimento de su dignidad de filósofo, soñaba despierto muchas veces al pensar en su porvenir.

Estaba en plena embriaguez de amor, sin otra voluntad que la de adorarle y seguirle. ¡Con él, con él, aunque hubiese de renegar de todo su pasado! Maltrana tenía dinero y se aburguesaba, según decía él irónicamente al hablar de su opulencia. Necesitaba poseer una casa, vivir bajo un techo que fuese suyo, tener un refugio donde encerrarse y trabajar acariciado por el calor de la intimidad amorosa.

Las más fingieron no verla, para no responder a su saludo. Algunas contestaron «Buen día, niña» con voz triste y ojos de conmiseración, como si fuese una enferma cuyo fin consideraban próximo. Esa Nélida es de una audacia estupenda dijo Maltrana . Sabe que todas las señoras hablan de ella con escándalo, y las saluda como en los primeros días, cuando la creían una muchacha juiciosa.

A la mañana siguiente, Maltrana salió muy temprano, dirigiéndose a la calle de Atocha para esperar en la puerta de San Carlos a un antiguo camarada de la época estudiantil, que ya era doctor y ayudante en una clínica.

Decía esto con un tono amargo, con la misma expresión con que anonadaba a los gobiernos en el Senado por su falta de protección a los trigos; y Maltrana acabó por indignarse también contra los maldicientes que suponían al marqués de Jiménez incapaz de escribir un volumen. Isidro salió de allí sin recibir dinero ni un nuevo encargo.

Maltrana lo miró con más atención que otras veces, como si se despidiese de él. Digamos adiós al noble amigo don Wolfgang, que ha visto con paciencia tantas necedades nuestras... Este fue un hombre feliz. No se vio obligado, como nosotros, a correr el mundo en busca de dinero. La fortuna fue pródiga para él, como una de esas viejas apasionadas que gustan de proteger a los buenos mozos.

Di, Homero: ¿qué has hecho de aquella muchacha tan simpática que llevabas del brazo?... ¿La encontraste en algún libro griego? ¿Era ática o beocia? Está en el hospital contestó Maltrana con los ojos llorosos. Su acento era tan triste, que impuso silencio a los alegres compañeros. Pasaba las noches en la redacción.

Una pregunta parecía vagar por sus labios, atormentándola con cruel inquietud. ¿ crees, Isidro dijo al fin , que no tenemos ninguna culpa en la muerte de padre? La misma pregunta elevaba sus interrogantes en el ánimo de Maltrana; pero éste se apresuró a tranquilizar a su compañera. No; ninguna responsabilidad les correspondía a ellos. El Mosco había muerto por temerario.

No, no lo seré exclamó Maltrana . Presento la dimisión de la cartera; crisis total. Pero ¡déjame el pelo, niña, que me haces daño!