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Con esto, estaba misia Casilda tan agitada, que su cara de muñeca se había encendido, hasta el punto de hacer dudar de su aserto. Pero, Casilda dijo don Pablo Aquiles, es nuestra hermana, ¿podremos negarlo? , lo niego; el parentesco no lo hace la sangre, sino el cariño, ¿qué quieres? yo soy así.

En Cotta he pasado días cuyo recuerdo será tan imperecedero en mi memoria, como lo es en mi alma el cariño que profeso á los que me acompañaron en aquellos. Mis amigos, mejor dicho, mis hermanos Tamayo y Belloc me han visto escribir en aquellas alegres soledades muchas cuartillas de este libro.

El cariño cada día más grande a su hermanita le hizo pensar que la había despojado de una parte considerable de fortuna: su padre no había obrado con toda justicia al mejorarle: las mujeres necesitan siempre un dote proporcionado a su educación, porque no pueden vivir de su carrera como los hombres. «Después de todo, se decía, aunque mi padre me quisiera mucho, no hay duda que al redactar el testamento ha obedecido en cierto modo al deseo de venganza. ¿Y qué culpa tiene mi pobre hermana del carácter altivo y dominante de su madrePor otra parte, le dolía verla en un cuarto tercero viviendo con relativa estrechez mientras él gozaba de todos los atractivos del lujo.

Luego, según el momento y la situación de ánimo, variedad infinita; todo un curso espontáneo de filosofía sentimental. Si le veía triste, besos de cariño dulces y desinteresados, como caricias aniñadas. Si estaba contento, besos juguetones y mimosos, algo lentos.

«¡Ya lo ves, Linilla! ¡Y así dudas de mi cariño!... Dime: ¿haces bien en eso? ¿Verdad que no? Mira: la señorita Gabriela vale mucho, es muy buena, y a cada rato me habla de , y se queja de que no la quieras.... Estás celosa, , celosa, mal que te pese, y no hay motivo para ello. Por el contrario, debe ser objeto de tu cariño. Esta familia me trata muy bien.

Había en aquella adhesión y cariño que toda la familia le mostraba, en lo franca y resueltamente que se ponían de su parte y rechazaban con horror a la extraviada hija y hermana, algo que a Gonzalo le conmovía y le sofocaba a un mismo tiempo.

En vez de galantearla descaradamente, adoptó un temperamento más insinuante, colmándola de atenciones delicadas, estableciendo mayor confianza entre ellos, mostrándola, en una palabra, mucho cariño, pero sin hablarla de amor. La niña rebosaba de dicha. Espezaba a sentirse adorada. Creía que la simpatía y el afecto con que siempre se habían tratado Pepe y ella se transformaban al fin en amor.

Pedíale que le diera dinero abundante para poder vivir con desahogo, y una muquier que le amara; mas nada de esto le fue concedido al pobre Mordejai, que cada día tenía menos dineros, pues estos iban saliendo, sin que entraran otros por ninguna parte, y de muquieres nada. Las que se acercaban a él fingiéndole cariño, no iban a su covacha más que a robarle.

El dinero iba desapareciendo, sin que los tardos e irregulares ingresos bastasen para sostener la casa. Feli le pareció menos agradable. Trataba a Isidro con el cariño de siempre, le cuidaba y mimaba con aquella adoración que hacía de ella una devota más que una amante, pero tenía crisis de inexplicable tristeza, que parecían contagiarle a él.

Sentíase avergonzado por tener tal madre y adorarla, sin embargo, con la dulce ceguera del cariño. ¡Eh...! ¡a un lado! Juanito saltó hacia atrás instintivamente, al sentir en su rostro el bufido ardoroso de dos caballos.