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Bajo aquella blusa azul, bajo aquella camisa sin almidones ni planchados ni añiles presuntuosos, se abrigaban una musculatura de acróbata y un corazón de oro. Cada visita de Andrés tenía por objeto hacer bien a la familia de sus amos; a sus amas, mis tías; al amito, yo.

Iban vestidos de sarga negra, con el cuello de la blusa abierto y los brazos arremangados. En la cabeza llevaban un gorrito blanco con las alas levantadas, semejante á los barquichuelos de papel que construyen los niños.

Está bien, mujer. En dos minutos me pongo la blusa y estoy listo. La señora va a casa de Federico Bergams. Eso te parecerá raro, ¿verdad? Nada de eso. Poco me importa donde me mande la condesa respondió el guardabosque, listo para partir. Un momento dijo Catalina . El mensaje que la señora va a cumplir, es un secreto.

Marcos Divès, de pie en medio de otro grupo, del que sobresalía completamente su cabeza, hablaba y gesticulaba, señalando ya a un punto de la sierra ya a otro. Frente a él se hallaba el anciano pastor Lagarmitte, con una amplia blusa gris, una larga trompa de madera colgada del hombro y su perro. Lagarmitte escuchaba al contrabandista con la boca abierta y de vez en cuando inclinaba la cabeza.

, señor; es el que maya... Hágame su mersé el favor de esconderse ahí, detrás de ese montón de leña. Después que él entre se puee usté ir. Hice como me mandaba, y asomando con precaución la cabeza pude ver en medio ya del patio, iluminado de lleno por la luz de la luna, a un hombre con blusa blanca que venía caminando lentamente a cuatro patas.

Temblaba de satisfacción y de orgullo al devolver el saludo á sus amigas. Sus ojos hablaban: «; éste es mi novio... Un héroeLe preocupaba la Cruz de Guerra puesta en el pecho de la blusa «horizonte». Sus manos cuidaban de su arreglo, para que se destacase con mayor visualidad.

Era corpulento, la barba negra y enmarañada, la nariz grande y aguileña; vestía blusa azul, pantalones de color y alpargatas; en la cabeza llevaba boina negra. Vi con perfecta claridad lo que iba á suceder.

Hacia cerca de una semana que estaban en Rouxmesnil, cuando una tarde, en que se paseaba á lo largo de un foso que daba sobre la llanura, la joven vió al pasar, echado en un campo de trigo, un hombre de blusa, con el sombrero apabullado, que dormía á pierna suelta, á consecuencia, sin duda, de algunas copas de aguardiente.

¿Qué ocultas ahí, en tu blusa? ¿Una carta? ¿Qué? Dámela... vamos... dámela.... El muchacho, próximo a llorar, dejose tomar por grado o por fuerza, un papel que estrujaba en sus manos crispadas. La carta no tenía dirección. ¿Para quién es esta carta? Para la señora. ¿De modo que te la han dado para la señorita Julia, para que ella se la a la señora? El niño indicó que .

Mariano, arrinconado en el recibimiento, y oyendo desde allí el rasguear de las plumas que en la sala hacían tan lucrativos números, se preguntaba por qué razón tenía el señorito Melchor sombrero de copa y él no; por qué motivo el señorito Melchor vestía bien y él andaba de blusa; por qué causa el señorito Melchor comía en los cafés, galanteaba bailarinas, fumaba buenos puros y paseaba con caballeros, mientras él, el pobre Pecado, comía y fumaba casi como los mendigos, y tenía por amigos a otros tan pobres y desgraciados como él.