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No quiero otras montañas que esas que me han visto nacer, la Peña-Mea, la Peña-Mayor, el pico de la Vara replicó el capitán extendiendo el brazo y apuntando á todos los puntos del horizonte. Pensando en ellas mi corazón se apretaba de angustia al comenzar las batallas, pensando en ellas maldecía de los teatros y los cafés cuando me hallaba de guarnición en Madrid.

Artegui puso fin al ataque pagando los juegos elegidos y dando las señas del hotel para que se enviasen. Libres ya, salieron; pero Lucía, enamorada de la hermosura y sosiego de la noche, se mostró deseosa de prolongar algo más el paseo. Volvieron a cruzar ante los iluminados cafés, bordearon el teatro y tomaron hacia el puente, a tales horas casi solitario.

Por otra parte; la sociedad doméstica debe resentirse mucho de las consecuencias. Los que no llevan sus familias al café las dejan hasta muy tarde de la noche en completa soledad. He visto en los cafés de España muchas madres de familia con sus hijas, sentadas al derredor de mesas donde se sostenían habitualmente las conversaciones mas escabrosas.

Con sus alpargatas blancas, la camisa sin corbata y el sombrero echado atrás, entraba en cafés y sociedades, siendo recibido con grandes extremos de amistad. En el Casino le admiraban los señores al ver cómo sacaba tranquilamente de sus bolsillos los billetes de Banco a puñados.

Aquella noche no se dormía en la ciudad. Hasta las viejas de timoratas costumbres, recluidas siempre en sus viviendas a la hora del rosario, velaban ahora para contemplar, cerca de la madrugada, el paso de las innumerables procesiones. Eran las tres de la mañana y nada indicaba lo avanzado de la hora. La gente comía en cafés y tabernas.

La calle de las Sierpes estaba convertida en un salón, con los balcones repletos de gentío, focos eléctricos pendientes de cables entre pared y pared y todos los cafés y tiendas iluminados, con las ventanas obstruidas de cabezas, y filas de sillas junto a los muros, en los que se agolpaba la gente subiendo sobre los asientos cada vez que el lejano trompeteo y el redoblar de los tambores anunciaba la proximidad de un «paso».

Tiene Munich un teatro magnífico de ópera próximo al Palacio Real, donde ademas se representan comedias: uno y otro en aleman, como sucede en Suiza, donde he oido casi todas las óperas del repertorio aleman. Cuéntanse otros varios teatros. El viajero encuentra en Munich excelentes hoteles, cafés y paseos: inútil es añadir que existen muchas ricas bibliotecas donde se lee y estudia mucho.

Ni vergüenza por las derrotas, ni odio al vencedor. ¡Es el primer ejército del mundo! me decía orgulloso el fondista de la Grappe-Bleue, al siguiente día de la batalla de Kissingen; y ésa era la opinión general en Munich. En los cafés arrebatábanse de las manos los periódicos de Berlín.

Si no fuera por estas bromas, ¿cómo se pasaba el rato?». No siguieron estas conversaciones filosóficas, porque sobrevino lo de Sagunto, y este suceso absorbió la atención general en todos los cafés, desde el más grande al más chico.

Mujeres vio muchas, a oscuras aquí, allá iluminadas por la claridad de las tiendas; mas la suya no parecía. Entraba en todos los cafés, hasta en algunas tabernas entró, unas veces solo, otras acompañado de Villalonga.