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Su gran torso de atleta, se movía convulsivamente sobre el lecho, incorporándose unas veces, otras dejándose caer, mientras las manos temblorosas y crispadas se ocupaban instintivamente en tirar de la ropa, que a impulso de sus bruscas sacudidas se le marchaba.

Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dió un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós: sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.

Primero quiso incorporarse, sin saber a qué; pero no pudiendo sus manos crispadas sostenerle en los brazos del sillón, cayó de golpe en el asiento; luego miró estúpidamente en torno, y por sus mejillas resbalaron dos lágrimas. A Pepe se le asomó el furor a los ojos; sintió impulsos de abalanzarse a Tirso y destrozarle la cabeza a puñadas.

¡Cómo no he de estarlo, señora! ¡Cómo no he de estarlo si lo que me pasa a !... exclamó el joven apretando las rodillas con sus manos crispadas. ¿Pero qué le pasa, criatura? preguntó la señora con una entonación que decía bien claro que lo sabía. Ya que soy un indigno gusano... ¡Dale! ¡Cálmese usted, Timoteo, cálmese!

Su exaltación al proferir estas palabras era inmensa. Enrojeciósele el rostro y sus ojos se inyectaron mientras con las manos crispadas palpaba la cabeza del niño. De tal modo que éste, asustado, se echó a llorar. D. Pantaleón recobró instantáneamente la calma y, abrazándole y besándole, le bajó acto continuo a su casa. Pero no sosegó desde entonces.

Detrás, pálida como la cera, agarrando con sus manos crispadas la trasera del carro, seguía la viuda, á quien los sollozos ahogaban. Después venían los agentes, algunos compañeros del difunto y los curiosos. Tal fué el espectáculo que se ofreció á los ojos de Soledad al salir por los arrabales en busca de su madre. Velázquez, en aquellos aciagos instantes, fué la Providencia de la familia.

Y abría sus manos crispadas como si arrojase algo en el suelo, sin arrojar nada: acompañando sus manotones de aire con muecas altivas, cual si realmente rodase el dinero por tierra. Don Fernando intervino, colocándose entre el aperador y la bruja. Ya había dicho bastante: debía callar.

Quedó mi corazón como ese Cielo ceniciento, como esas hojas mustias, como esas hojas yertas y crispadas... ¡Ay! pensé: el mismo octubre fué, sin duda fué en esa misma noche cuando vine al través del horror y de la bruma aquí trayendo mi doliente carga... ¡Oh, noche infausta, infausta cual ninguna! ¡Oh! ¿Qué infernal espíritu me trajo a esta región fatal de la tristura?

¡ te consta, y si no lo confiesas es porque eres un traidor como él! exclamó con furiosa exaltación. ¡Tristán! dijo García levantándose. ¡Un traidor peor que él, porque él no me debe nada y si! gritó aún con mayor exaltación agarrándose con manos crispadas a la mesa para alzarse. Me estás insultando sin motivo y en tu propia casa profirió el pobre joven pálido ya como la cera.

Los Alcaparrones contemplaban el cadáver a distancia, sin besarlo, ni osar el más leve contacto con él, con el respeto supersticioso que la muerte inspira a su raza. Pero la vieja, de pronto se llevó las crispadas manos al rostro, arañándolo, hundiendo los dedos en su pelo aceitoso, de una negrura que desafiaba a los años.