United States or Uruguay ? Vote for the TOP Country of the Week !


Parecía registrar la casa; se asomaba a las fétidas alcobas, daba vueltas sobre un tacón, palpaba las paredes, miraba debajo de las sillas, revolviendo los ojos con fiereza y haciendo unos aspavientos que harían reír grandemente si la compasión no lo impidiera. La vecindad, que se divertía mucho con el dengue del buen ido, empezó a congregarse en el corredor.

Su exaltación al proferir estas palabras era inmensa. Enrojeciósele el rostro y sus ojos se inyectaron mientras con las manos crispadas palpaba la cabeza del niño. De tal modo que éste, asustado, se echó a llorar. D. Pantaleón recobró instantáneamente la calma y, abrazándole y besándole, le bajó acto continuo a su casa. Pero no sosegó desde entonces.

Al tener a cada uno en su puesto, lo palpaba minuciosamente, extrayendo de sus ropas la cartera, el monedero, las llaves, los papeles, todo lo que pudiera ser un obstáculo para la bala mortal.

No, hijo, no replicó la buena mujer, llegando por fin junto a él, y dándole palmetazos en el hombro . No vengo del cielo, sino que subo de la tierra por estos maldecidos peñascales. ¡Vaya una idea que te ha dado, pobre morito! Dime: ¿y es tu tierra así?». No contestó Mordejai a esta pregunta; callaron ambos. El ciego la palpaba con su mano trémula, como queriendo verla por el tacto.

Encerrada en su alcoba o en su tocador, que ya tenía algo de oratorio, sin necesidad de estímulos exteriores, perdida en las soledades del alma, de rodillas o sentada al pie de su lecho, sobre la piel de tigre, con los ojos casi siempre cerrados, gozaba la voluptuosidad dúctil de imaginar el mundo anegado en la esencia divina, hecho polvo ante ella. Veía a Dios con evidencia tal, que a veces sentía deseos vehementes de levantarse, correr a los balcones y predicar al mundo, mostrándole la verdad que ella palpaba; y entonces le costaba trabajo reconocer la realidad de las criaturas. «¡Qué pequeñas eran! ¡qué frágiles! ¡cuánto más tenían de apariencia que de nada! Lo único que en ellas valía no era de ellas, era de Dios, era cosa prestada. ¡Dichas! ¡dolores! palabras nada más; ¿cómo apreciarlos y distinguirlos si lo poco, lo nada que duraban no daba tiempo a ello?». Ana recordaba la vida de unos mosquitos muy pequeños que crecían todas las mañanas a la orilla del río, volaban desde la ribera sobre las aguas, y en medio de ellas morían y eran pasto de unos peces que contaban todos los días con aquel alimento. Pues así era el vivir para todas las criaturas, un rayo de sol que se cruza, para volver a la sombra de que se vino. Y estos pensamientos, que antiguamente la atormentaban, ahora le daban alegría. Porque el vivir era el estar sin Dios, el morir renacer en

El piso alfombrado apagaba su andar, y con ambas manos extendidas palpaba las dos murallas buscando una puerta. Al fin, sintió ceder el muro, y, siempre con las manos delante, penetró en una estancia que le pareció chica, y donde al pasar tropezó en varios objetos, entre ellos unas barras de metal que se le figuraron de una cama.

Ese mal crónico y profundo de la miseria y del vicio, fruto de la ignorancia de las masas, de la desigualdad de las condiciones sociales y de las leyes de privilegio, se palpaba y se palpa aún con suma intensidad, no solo en Londres, sino en Liverpool, Birmingham, Leeds, Manchester, Glasgow y otros de los grandes centros de población y movimiento industrial.

Al contrario, si comparaban su estado presente con el pasado, podian considerarse ahora como muy dichosos, porque la tiranía que á sus padres habia afligido desde el cruel Alahor hasta el codicioso Toaba, no la habian conocido ellos . Cierto que se alzaba en Córdoba, ominoso á la ley de Cristo, un nuevo imperio cuyo formidable crecimiento se palpaba, cuya dominacion se temia: no empezaba amenazando, por lo mismo era mas imponente; no revelaba todos sus instintos, pero estos se presentian.

Le acercaron al sofá, y en él se desplomó el enfermo con desesperación, como si se dejara caer en su ataúd. Palpaba los objetos, palpaba a su mujer, que ni un punto se separó de él. «Bien te lo decíamos repitió, ahogándose en lágrimas y disimulando el desentono de la voz . Esa condenada obra de pelo... trabajando todo el día... Si notabas cansancio de la vista, ¿para qué seguir?».

¿Dónde están los espejos? preguntó el P. Camorra. Ben Zayb miraba y miraba, palpaba la mesa, levantaba el paño, y se llevaba de cuando en cuando la mano á la frente como para recordar algo. ¿Se le ha perdido algo? preguntó Mr. Leeds. Los espejos, mister, ¿dónde están los espejos? Los de usted no donde estarán, los míos los tengo en la Fonda... ¿quiere usted mirarse?