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Pues volviendo a mi relato, fui a echar la carta al correo, y Miranda me siguió y me cogió del brazo y me llenó de denuestos, injuriándome mucho, y lo que sentí más, insultando a mi padre. ¡Pobre padre de mi alma! ¡qué culpa tiene él de lo que haga yo! Que no sepa nada, Padre Urtazu, por amor de Dios. Yo me indigné de tal modo, que contesté con altivez, y me encerré en mi cuarto.

¡Es preciso no olvidar las impresiones de terror o de piedad que agitaron las entrañas de las mujeres romanas, durante el tiempo que llevaron en ellas a aquellos hombres! ¡Es preciso calcular cuan amargada sería por las lágrimas la leche de que mi madre misma me nutría, mientras la familia sufría un prolongado cautiverio del que sólo la muerte debía librarla, mientras el esposo adorado estaba sobre las gradas del cadalso y ella permanecía encerrada en su desierta casa, guardada por los feroces soldados que espiaban sus lágrimas considerando su cariño como un crimen e insultando su dolor!

Pero la vieja se mostró más insolente al verse protegida por el cuerpo de Salvatierra, y asomando por uno de sus hombros la boca de arpía, siguió insultando a Rafael. Premita Dios que se te muera lo que más estimes... Que veas argún día estirá y fría, como mi pobrecita Mari-Crú, a la gachí de tus quereres.

¡Ah! exclamó con indignación ¡no os basta el haberme perdido, sino que aún me seguís insultando! ¡Perdonad, señora, pero os amo tanto! ¿Y desde cuándo me amáis?... Desde la noche en que... De modo que cuando me encontrásteis, por mi mala ventura... Me deslumbrásteis, señora; yo no os conocía... os vi... y... Fuísteis un infame.

Hasta en París se habló muchas veces del heroísmo del poeta Simoulin, que quiso morir insultando á los invasores. ¡Viejo heroico!... En la ciudad todos conocían su grito.

Luego, a todo el que iba a pedirle algo, después de reñirle rudamente y de reprocharle sus vicios y de insultarle a veces, le daba lo que le parecía, hasta que a mediados del mes se le acababa el montón de pesetas y entonces daba maíz o habichuelas siempre refunfuñando é insultando. Tellagorri decía: Esos son curas, no como los de aquí, que no quieren más que vivir bien y buenas profinas.

¿Qué has hecho hasta las diez de la noche? Rondar la casa de esa gigantona... de fijo.... ¡Por Dios, señora! esto es indigno de usted. Está usted insultando a una mujer honrada, inocente, virtuosa; no he hablado con ella tres veces... es una santa.... Es una como las otras. ¿Cómo qué otras? Como las otras. ¡Señora! ¡Si la oyeran a usted! ¡Ta, ta, ta! Si me oyeran me callaría.

Creyó por un momento que el suelo escapaba bajo sus pies; se sintió flotar, rodeado de fuerzas misteriosas que rompían y ablandaban su voluntad. Pasó una mano por su frente, como si quisiera repeler muy lejos esta flaqueza momentánea. «¡Ah, perra!», exclamó mentalmente, insultando á la fortuna, seguro otra vez de que iba á esclavizarla. Y continuó jugando.

Quejábase de fuertes dolores de cabeza; perdía de pronto la vista, hablaba con incoherencia, insultando unas veces a Isidro sin saber por qué, y abrazándose otras a su cuello para pedirle perdón, con gran raudal de lágrimas. El invierno se anunciaba con una frialdad aterradora. Todas las mañanas aparecían las charcas del río con grandes cristales de hielo.

Repito que vengo a echarte de esta casa y del puesto que usurpas repuso ésta con tranquilidad amenazadora, desafiándola con la mirada. La Amparo hizo un movimiento de arrojarse sobre ella, pero deteniéndose súbito se puso a gritar con voces descompasadas: ¡Pepe, Gregorio, Anselmo! A ver, que vengan todos. ¡Pepe, Gregorio! ¡Echadme esta tía de casa, que me está insultando!