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Al frente de este rebaño de esclavos figuraban, para mayor escarnio, los dos vecinos más respetables que habían quedado en la ciudad: Simoulin y su discípulo Pierrefonds. Comandante dijo el poeta una vez más , piense que el heroísmo que se sacrifica es más grande, etc.... Le daba miedo el aspecto del veterano. Tenía los ojos inyectados de sangre; bufaba de cólera, haciendo temblar su bigote.

Va usted á conseguir que nos fusilen á todos. Y Simoulin dijo esto con tal expresión de angustia, que el comandante desistió de continuar. Pero el miedo sufrido hizo rencoroso al poeta. ¡Qué disparate! continuó diciendo . ¡Pero eso es una niñada sin objeto, impropia de su edad!... Y transcurrieron muchos días sin que el grande hombre le perdonase el susto pasado.

Aunque la ciudad no tuviese dinero, lo encontraba siempre para las mejoras de su Museo-Biblioteca. Los subprefectos enviados de París visitaban inmediatamente al grande hombre. Un presidente de la República, al pronunciar su discurso durante una permanencia de breves horas en la ciudad, había saludado á Simoulin como la más alta gloria de la región.

Un heroísmo que se sacrifica es muchas veces más poderoso que el heroísmo que vence. El ilustre Simoulin tuvo numerosas ocasiones de conocer este sacrificio predicado por él.

Simoulin describió la salida del triste rebaño humano conducido á la esclavitud. Al frente iban él y el comandante. Y al pasar ante el jefe de aquellos bandidos, Pierrefonds y yo, estrechamente abrazados, deseando morir, le gritamos en pleno rostro: «¡Abajo Guillermo! ¡Mueran los verdugos

Pero esto sólo representaba á los ojos de los admiradores de Simoulin un detalle histórico insignificante, y todos repetían, con la firmeza del que dice la verdad: Víctor Hugo, que fué íntimo amigo de nuestro Simoulin. De otras amistades hablaba el grande hombre con más exactitud. En el Barrio Latino había tenido por camaradas á Zola, á Daudet y á otros escritores de su generación.

Un aplauso inmenso saludó á Simoulin al descender del tren. «¡Qué viejo está!» Y las mujeres, vestidas de luto, lloraban, olvidando momentáneamente sus dolores para no ver mas que los sufrimientos del adorado grande hombre.

Hasta en París se habló muchas veces del heroísmo del poeta Simoulin, que quiso morir insultando á los invasores. ¡Viejo heroico!... En la ciudad todos conocían su grito.

Gracias á Simoulin, el Museo se había llenado de objetos que acreditaban las pasadas glorias del país; gracias á «nuestro poeta», los fabricantes de cerveza y de paños, gentes ricas y de pocas letras, que constituían la aristocracia de la ciudad, podían hablar, sin miedo á equivocarse, de los obispos, guerreros y burgomaestres de otros siglos que indudablemente eran sus ascendientes.

Dudaba el militar antes de definir la verdadera personalidad moral del ilustre Simoulin.... Lo mismo les ocurría á muchos de los discípulos. En la misma incertidumbre estaban sus hijos, su vieja esposa, todos los que le trataban de cerca. ¿El poeta era un embustero?... No; no lo era. El que miente lo hace con un fin interesado, por orgullo ó por perjudicar á otro.