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Y las mujeres estaban contentas, porque cuando el ruiseñor cantaba, sus maridos y sus hijos no bebían tanto vino de arroz. Y se olvidaban del canto los pescadores cuando no lo oían; pero en cuanto lo volvían a oír, decían, abrazándose como hermanos: «¡Qué hermoso es el canto del ruiseñor

Y aun desde la almohada siguió dirigiendo a su hija, con sus grandes ojos vidriados, la misma fija y aterradora mirada. ¡Madre de mi alma! gritó la niña abrazándose inmediatamente a ella . ¡No me mires así, por Dios!... ¡Mamita mía, no me mires así! ¡Ay, no me mires así!... ¡Ay por Dios, que me das miedo!... ¡Mamita, mamita!... ¡Ay, Dios mío! ¿Qué es esto?

En este entretanto, los doce pescadores que habían venido en guarda de Sulpicia, andaban entre la demás gente buscando a sus compañeros, abrazándose unos a otros, y, llenos de contento y regocijo, se contaban sus buenas y malas suertes: los del mar, exageraban su yelo, y los de la tierra, sus riquezas. "A decía el uno me ha dado Sulpicia esta cadena de oro."

Y ellas no se hacían de rogar; abrían el piano; una de ellas aporreaba una polka o wals, y las otras, abrazándose en parejas, bailaban, volteaban alegres, riendo, chillando y besándose.

Pero, apenas hubo oído dos versos que el que cantaba iba prosiguiendo, cuando le tomó un temblor tan estraño como si de algún grave accidente de cuartana estuviera enferma, y, abrazándose estrechamente con Teodora, le dijo: ¡Ay señora de mi alma y de mi vida!, ¿para qué me despertastes?; que el mayor bien que la fortuna me podía hacer por ahora era tenerme cerrados los ojos y los oídos, para no ver ni oír a ese desdichado músico.

¡ no eres mi hija! ¡ no eres mi Perla! dijo la madre con aire semi risueño, porque frecuentemente en medio del más profundo dolor le venían impulsos festivos. Díme, pues, quién eres y quién te ha enviado aquí. Dímelo, madre mía, respondió Perla con acento grave, acercándose á Ester y abrazándose á sus rodillas, dímelo, madre, dímelo. Tu Padre Celestial te envió, respondió Ester.

Otra vez repitió el dulce nombre que había iluminado su infancia con un esplendor novelesco. «¡Doña Constanza! ¡Oh, doña Constanza!...» Y se sumió en la noche definitivamente, sin una nueva visión, abrazándose á la almohada lo mismo que cuando era niño y creía dormirse teniendo entre sus brazos á la joven viuda de «Vatacio el Herético».

Despidieronse, y abrazados unos con otros, hecha la señal de la Cruz, así lo dice Pachimerio, se arrojaron en el fuego todos, y entre ellos dos hermanos de linage ilustre, y de ánimo valeroso, abrazandose con gran lástima de los circunstantes se arrojaron de la torre, y escaparon del fuego, que con mas piedad les perdonó que el hierro de los perfidos Griegos, de quien fueron despedazados.

Nos pondremos en marcha mañana al despuntar el día, y montaréis los caballos de la compañía Loring, que por ahora queda incorporada á la reserva. Hasta mañana. Los arqueros rompieron filas con mil exclamaciones de contento, palmoteando y abrazándose como si acabasen de ganar una victoria.

Y abrazándose los dos, después de haberse recebido con grande amor y grandes cortesías, se entraron en una sala, donde se quedaron solos con el huésped, el cual ya tenía consigo la cadena, y dijo: Ya el señor Corregidor sabe a lo que vuesa merced viene, señor don Diego de Carriazo: vuesa merced saque los trozos que faltan a esta cadena, y el señor Corregidor sacará el pergamino, que está en su poder, y hagamos la prueba que ha tantos años que espero a que se haga.