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El aspecto de la tropa impresionó vivamente á los del retrato; además, éstos contaban con la ayuda del regimiento de Sagunto, y el regimiento de Sagunto estaba encerrado y perfectamente custodiado en su cuartel.

Esta mañana me he detenido a la sombra de un viejo olmo, alrededor del cual, ciertos días de fiesta, los jóvenes, sin otro concierto que el que les daba un pobre músico ambulante, se reunían para dar muestras de su fuerza y agilidad, mientras que los ancianos, emocionados por los más deliciosos recuerdos, se contaban entre ellos algún acontecimiento notable de su juventud, ocurrido en semejante día.

Dicen los cronistas que hasta la época del último rey moro Granada tenia hasta 400,000 habitantes, con mas de 16 kilómetros de circunferencia, y que estaba completamente circuida de murallas, y estas contaban hasta mas de mil torres para su defensa.

Los dos niños contaban la misma edad, y se conocían desde sus primeros años.

Otros días llegaban más tarde, y mientras las mujeres contaban montoncillos de monedas, partiéndolos, como si estas divisiones respondiesen a un cálculo anterior, ellos cantaban, reían, se llamaban de puerta a puerta, de piso a piso, con una alegría de pájaro, olvidados de sus miserias, dominados por la felicidad del momento, que creían interminable, hablando de volver a la taberna, en la que habían hecho una larga detención antes de llevar a casa su jornal.

La afición meridional al estruendo, el instinto de raza, ansioso de correr la pólvora, revelábase en el inmenso corro, donde se contaban las escopetas a centenares y el tirador de chaqué disparaba junto al aficionado de blusa.

En la lengua cóptica se contaban muchos dialectos y habían entrado palabras extrañas, ya del griego, ya del latín, ya del árabe. Se empleaba el alfabeto griego, con la adición de algunos signos para expresar sonidos que con las letras griegas no podían expresarse.

Las cofradías y sociedades devotas de Nieva no tenían en su seno otro cofrade más activo ni más poderoso, y contaban con ella en los trances difíciles como con un ángel tutelar que sabría sacarles del atolladero.

De Jaén se contaban atrocidades que apenas son creíbles en militares de un país europeo. Dijéronnos que mujeres y niños habían sido inhumanamente degollados, y que igual muerte padecieron dentro de sus mismos hospitales varios frailes agustinos y dominicos enfermos.

Dejaron las cabalgaduras en poder de los mozos y se abalanzaron a los coches, produciendo disturbios y curiosidad en los viajeros que no contaban con la novedad de aquella numerosa caravana. Gustavo Núñez, cada vez más terco e insolente, quiso sentarse al lado de Elena, pero no logró más que experimentar un claro y doloroso desaire. La joven se alzó instantáneamente de su asiento.