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Cuando hubo luz en la alcoba, me acerqué a la cama del enfermo y le hablé para desentristecerle un poco y animarle. Trabajo perdido. Me agradecía mucho la intención; pero él solo sabía todo lo mal que se encontraba y lo imposible que era salir de aquel atolladero sin un milagro de Dios.

A nadie sentencio que él mismo no se haya ya sentenciado. Y ya que decís que estamos en un atolladero, ¿cómo os parece que podamos salir de él? Conspirando. ¿Pero contra quién? ¿Contra quién?... contra cualquiera... la abadesa, á trueque de conspirar, creerá todo lo que queramos que crea. ¿Quién es el confesor de nuestra noble prima?... ¿De nuestra prima?...

Y voy a lo que iba... Le he hablado de usted...». ¡De ! ; es preciso colocarse. Usted no puede continuar así. Mire usted, amigo Feijoo dijo Rubín masticando las palabras para salir de aquel atolladero . Yo no puedo admitir... ¿Y el decoro de los hombres? ¡Yo he profesado toda mi vida...! Música, música.

Lo que para salir de su atolladero inventó de súbito el Barón y yo acepté con risa, hallándolo disparatadamente gracioso, él y yo lo fuimos tomando más por lo serio cada día, y por virtud de nuestra voluntad atamos nuestras almas con lazo tan limpio y tan fuerte como si él fuese en realidad mi padre y yo su hija.

Se reía del socialismo católico y de las «ideas» de su protector: cuatro simplezas que aquel necio juzgaba suficientes para el esqueleto de un libro. ¡Valiente atún era el señor Jiménez!... Pero lo respetaba, viendo en él al hombre providencial que cambiaría el curso de su existencia, al suceso esperado que había de sacarle del atolladero de su voluntad.

Como los buenos toreros se juzgan más seguros ciñéndose a los cuernos del toro si no pierden la sangre fría, así ella desafiaba el peligro, iba al encuentro de él confiando en que sabría salir de cualquier atolladero. Y, en efecto, su perfecta serenidad, su increíble audacia la salvaron más de una vez.

Entonces lo temí todo, todo: empecé á buscar una ayuda para salir del atolladero, y en cierta casa donde me refugié por el momento, supe que vos érais la mujer codiciada, la mujer envidiada por todos al duque de Lerma, á quien engañáis siendo amante de Calderón.

Una suma respetable, mi tío responde. Eso cae mal dije; toda la posesión está gravada con hipotecas, hay reparaciones urgentes que hacer, y lo sabes, la agricultura no rinde nada. ¿Entonces, mi dimisión? pregunta mirándome fijamente como el acusado que espera el fallo del consejo de guerra. A menos que tengas in petto alguna rica heredera que te saque del atolladero....

Afortunadamente se anticipó él mismo a sacarme del atolladero.

Se puede ir a presidio lo mismo que cuando se abusa para el mal. Ya sabe usted mi nombre... , señor: que la influencia de usted basta para sacarme de un atolladero... sin embargo... que deben recompensarse estos servicios, añadí sacando algunos billetes y poniéndolos sobre la mesa bajo mi mano. ¿Es urgente la resolución de ese negocio? me dijo el comisario. Urgentísima.