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Lo primero es que te pongas bueno. estar bueno... no c'lentura ya... contentada. viener migo siempre, por mondo grande, caminas mochas, libertanza, mar, terra, legría mocha... Muy bonito; pero ahora caigo en la cuenta de que y yo tenemos hambre, y entraremos a cenar en cualquier taberna. Si te parece, aquí en la Cava Baja... Onde quierer , yo quierer...».

Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por , o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros.

La chica rechazó con indignación la malévola sospecha que había debajo de sus palabras, se encrespó de tal manera que el pobre no volvió a entrar en explicaciones. Se retrajo de la compañía de sus amigos. Andaba avergonzado, siempre temiendo que le echaran en cara aquella indecente complacencia. Y así fue. Un día, en la taberna, se lo dijeron bien clarito.

Todos recitaban la misma lección. Hasta viejas achacosas que jamás salían de sus barracas declararon que aquel día, á la misma hora en que sonaron los dos tiros, Pimentó estaba en una taberna de Alboraya de francachela con sus amigos.

Marchaba con la gravedad del niño pobre que hace los encargos de sus padres, llevando sobre el pecho un gran frasco para que se lo llenasen en la taberna.

Ahora han estado en la taberna cuatro personas, que creo han traído el encargo de ver cuándo entraba y salía usted. Me parece que lo mejor es que se marchen ustedes esta noche misma de Madrid. Una vez que estén fuera y lejos.... ¡Qué contrariedad! Pero yo deseo salir. Nos marcharemos. Pues entretanto no salga usted á la calle. Yo arreglaré el viaje, y lo haré de modo que nadie lo sepa.

Los compañeros más abyectos eran buenos para él y más de una vez se le vio en los arrabales sentado ante un jarro de vino tinto, a la mesa de una taberna. Es muy difícil, en el siglo XIX, encanallarse con elegancia. Unicamente la corte de Luis XV intentó este esfuerzo con algún éxito.

Aquella tarde, noche ya, se coló Frasquito en el departamento interior con buena suerte, pues no había dentro más que tres personas, y una de las mesas estaba vacía. Sentose en el rincón, junto a la puerta, sitio muy recogido, en el cual no era fácil que le vieran desde el público, es decir, desde la taberna, y... Otro problema: ¿qué pediría?

Conservas todavía la cara del hombre, pero no su color. ¡En qué has empleado la fortunita que te proporcionamos? Te has revolcado en el cieno de todos los vicios, y te he encontrado en las afueras de París, tirado como un cerdo en el suelo de la taberna más inmunda.

¡Lo mismo que yo te he dicho tantas veces! exclamó, retozándole la alegría en el semblante . ¿Qué necesidad tenemos nosotros de sufrir lo que aquí estamos sufriendo? Con lo que ya conocemos este trato, ¿cuánto no podríamos ganar estableciéndole en la ciudad? ¡No, Juana, no!... ¡Basta de taberna! Si con ella entráramos en la ciudad, taberneros seríamos hasta el fin de los siglos.