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Ignoraba que aquel hombre tan avariento en los gastos de la casa arrojaba el dinero fuera de ella, y cubriéndose con el velo de la hipocresía, llevaba una vida de calavera, tal como la había soñado en su juventud. La ceguera de la esposa duró algunos años.

Su entrada fue magnífica, y un murmullo de respetuosa simpatía acogió a la ilustre pareja, que apareció en la puerta, apoyada en la juventud la vejez, como una esperanza evocando un recuerdo, como una alegoría de la experiencia conduciendo de la mano al valor, a depositar una espada sin mancilla en las gradas del trono.

Y llegó el día en que llevó como esposa bajo su techo a la amada de su juventud, que hacía poco se había quedado huérfana y sin hogar. Era un sombrío y triste día de noviembre; las nubes grises corrían en el cielo como siniestros pájaros.

El lector debe recordar al oír este lenguaje en la boca de Rosas, que no veía a su padre desde la juventud, y a cuya esposa había dado días tan amargos, algo parecido a las hipócritas protestas de Tiberio ante el Senado romano.

Aun para los que desconocían los escabrosos detalles de estas relaciones públicas del marqués con la tierna recién casada, la circunstancia precisamente de la extremada juventud de su cómplice, le daba un aire de criminal corrupción de menores que causaba universal repugnancia.

2 Mucho me han angustiado desde mi juventud; mas no prevalecieron contra . 3 Sobre mis espaldas araron los aradores; hicieron largos surcos. 4 El SE

De El José de las mujeres se encuentra una copia en la biblioteca del duque de Osuna con esta nota: «A 1.º de enero de 1669 años se sacó del original de D. Pedro Calderón por Manuel VallejoLas tres justicias en una ha de ser de las primeras obras de la juventud de Calderón.

En Londres había creído enamorarse de un duque que databa del tiempo de los Estuardo. Después olvidó este amor, adivinando que en el porvenir tendría celos de la cuadra de dicho personaje. El duque la olvidaría por sus caballos de carreras. En Francia puso sus ojos en varios escritores célebres. Pero todos eran casados ó arrastraban desde su primera juventud compromisos ineludibles.

El cabecilla de don Carlos le miró con una especie de curiosidad burlona, con la compasión desdeñosa con que los viejos miran casi siempre las ilusiones y los arrebatos de la juventud. Durante algún tiempo le dejó trabajar libremente en la viña del Señor; la inocencia y la bondad de Gil apagaban sus instintos malignos.

Si hay algo en del ardor de la juventud y de la vehemencia de las pasiones propias de dicha edad, todo habrá de emplearse en dar pábulo a una caridad activa y fecunda.