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El Abuna, al mismo tiempo, tenía que enviar un mensajero y parte del diezmo al Patriarca de Alejandría, de quien era sufragáneo. Se aprovechó, pues, aquella excelente ocasión, y con la lucida y bien custodiada caravana, se largó de Abisinia donna Olimpia, en compañía del Principito, de Teletusa y de sus dos fieles escuderos que nunca la abandonaron.

1048 Y si alguno no se atreve a seguir la caravana, o si cantando no gana, se lo digo sin lisonja: haga sonar una esponja o ponga cuerdas de lana. EL MORENO 1049 yo no soy, señores míos, sino un pobre guitarrero, pero doy gracias al Cielo porque puedo, en la ocasión, toparme con un cantor que esperimente a este negro.

Los dichosos, los ahítos, descansaban tranquilos al calor de una civilización cuyas ventajas eran los únicos en monopolizar. La caravana de los felices no quería ir más allá, creyendo haber visto bastante. Dormían en torno de la hoguera, acariciados por su tibio aliento, con el voluptuoso sopor de una digestión copiosa.

Los carros de la caravana iban, como decía Jorge Sand, «con una rueda por la montaña y otra por el fondo de una torrentera». El músico, arrebujado en un capote, temblaba y tosía bajo la lona del toldo, estremeciéndose con los dolorosos vaivenes. La novelista seguía a pie en los malos pasos, llevando a sus hijos de la mano en este viaje de vagabundos.

Al otro lado del puente nos encontramos una alegre caravana, en la que nos llamó la atención varias dalagas á caballo perfectamente ataviadas, luciendo caprichosos sombreros con gran profusión de gasas y flores. Los colores de las faldas y los pañuelos que resguardaban sus hombros, eran de colores muy fuertes que destacaban el negro del tápiz.

En el edificio no había provisiones de boca, pero la caravana distaba mucho de haber consumido las que sacó de Benarés, y en la selva además abundaban los cocoteros, los plátanos, los mangos, las palmeras, los naranjos, los limoneros y otros árboles cargados de fruta. Y todos aquellos contornos convidaban con fácil y riquísimo éxito a la caza y a la pesca.

Gabriel traducía fielmente la explicación del Vara de plata, recalcándola muchas veces con irónica gravedad, mientras los canónigos que escoltaban la caravana de forasteros alejábanse algunos pasos con aire distraído para evitar preguntas. Un inglés flemático interrumpió un día al intérprete: ¿Y no tienen ustedes ninguna pluma de las alas de san Miguel?

¡Qué hermoso es á mis ojos contemplar aquel grupo de casitas que ocupa la tierra, así como un nido está en un árbol, como una nave surca el Océano, como una caravana se pierde entre los horizontes de la soledad, como un pensamiento de la Providencia germina oculto entre los torrentes de la creacion!

Es el capataz un caudillo, como en Asia el jefe de la caravana; necesítase para este destino una voluntad de hierro, un carácter arrojado hasta la temeridad, para contener la audacia y turbulencia de los filibusteros de tierra, que ha de gobernar y dominar él solo en el desamparo del desierto.

Se consideró Ojeda empequeñecido por el número y el esplendor de sus compañeros de viaje. ¡El dinero que costaría mover esta tribu, acostumbrada a vivir siempre en un cuadro de abundancia y comodidades! ¡Lo que tendría detrás de él aquel caballero puesto de chaqué y sombrero de media copa, jefe de la caravana, al que los sirvientes llamaban «doctor»!... ¡A lo que se presta el trigo! ¡Lo que puede dar el vientre de las vacas!...