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Andrés se lo quitó, riendo, con un beso. En seguida bebió lo que restaba. Aquel desayuno campestre les infundió alegría: sin saber por qué, reían al mirarse. El joven cortesano sacó una moneda de plata y la echó en la vasija.

Pero poco después reían, cuchicheando satisfechas, al ver el mal gesto que ponían ciertas compañeras al no ser designadas por el amo o sus acompañantes. La tía Alcaparrona las reñía por su timidez: ¿Por qué no queréis dir?

Porque es de saber que aquéllas la encontraban ordinaria hasta el extremo, una verdadera moza de cántaro, y se reían de su encogimiento y rudeza; pero éstos la consideraban un bocado exquisito, un pimpollo, y chasqueaban la lengua y ponían los ojos en blanco siempre que de la niña de Moscoso se hablaba.

Aquellas miradas, aunque serias y rápidas, penetraban hasta mi corazón, y reían allí alegremente, y sonaban como una armonía celeste, y hasta pienso que olían como un perfume embriagador. Cuanto más nos acercábamos al término de nuestro viaje, más frecuentes eran y, si no me equivoco, más duraderas también.

Los que tenían de él agravios, le murmuraban y evitaban su encuentro llamándole «envidioso» y «mala lengua». Los que no, se reían de sus exageraciones y le abocaban con gusto, sin profesarle gran afecto tampoco. Otro de los personajes allí congregados era don Feliciano Gómez.

María-Manuela, asustada, hizo callar á todos y declaró que el romperse un vaso es muy malo y anuncia disgustos. La única manera de evitarlo era recoger todos los pedazos y tirarlos al pozo. Así comenzó á ejecutarlo con gran solicitud mientras los demás se reían de su credulidad. Algunos por burla la ayudaban.

Ambos hablaban y reían con un aplomo de buen gusto, pero que no por eso dejó de atacar los nervios un poco irritables del señor de Candore, el cual arrojó el cigarro medio fumado y bajó rápidamente al encuentro de su prima. Blanca se disponía a volver a la quinta con las facciones animadas por el ardor del juego, mientras la sangre corría más viva bajo su piel transparente y nacarada.

El ingeniero era débil de cuerpo, dulce de maneras, odiaba á los soldadotes, hablaba de la regeneración de los caídos y del advenimiento de los pobres al poder. Además, los triunfadores se reían de él y tal vez lo matasen el día menos esperado. ¿Qué héroe más interesante podía encontrar una mujer de sentimientos sublimes y «mal comprendidos», como se creía esta muchacha?...

Los muebles forrados de damasco amarillo, barnizados de blanco también, de un lujo anticuado, bonachón y simpático, reían a carcajadas, con sus contorsiones de madera retorcida, ora en curvas panzudas, ora en columnas salomónicas. Los brazos de las butacas parecían puestos en jarras, los pies de las consolas hacían piruetas.

Se le figuró que aquellos dos se reían, se burlaban de su impotencia; le vino á la memoria lo que él había dicho «no los cederé sino al que los regase con su sangre y enterrase en ellos á su mujer y á su hija»...