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Y ellas no se hacían de rogar; abrían el piano; una de ellas aporreaba una polka o wals, y las otras, abrazándose en parejas, bailaban, volteaban alegres, riendo, chillando y besándose.

Tenía una salud de bronce, y crecía y se redondeaba que era una bendición de Dios: los amigos de la familia la comían a besos los carrillos, y la decían verdaderas atrocidades mientras la volteaban en el aire, o la echaban una zancadilla en un corredor o en mitad de la escalera, siempre, por supuesto, a escondidas de sus padres y, sobre todo, de su hermano, que cada día era más ruin y más inaguantable, por envidioso y desabrido.

Esos cobres, esos estaños, esos reflectores de metal blanco, esas paredes de cristal abombado que volteaban con grandes círculos azulados, todo ese espejeo, toda esa balumba de luces, me producían vértigos por un instante.

Era en Septiembre, cuando empieza la primavera en el hemisferio austral, y las calles estaban impregnadas del perfume de flores que exhalaban sus viejos jardines. Volteaban las campanas en las torres de iglesias y conventos, esbeltas construcciones de gran audacia en un país donde son frecuentes los temblores del suelo.

Pasaban los lingotes por un nuevo calentamiento en los hornos y al salir de ellos caían en el tren de laminar, una serie de cilindros que los torturaban, los aplastaban, adelgazándolos en infinita prolongación. Los obreros, casi desnudos, con enormes tenazas, manejaban y volteaban los lingotes por entre los cilindros, que se movían lentamente.

Fíjate, gabacho decía, espantando con los chorros de humo de su cigarro á los mosquitos que volteaban en torno de él . Yo soy español, francés, Karl es alemán, mis niñas argentinas, el cocinero ruso, su ayudante griego, el peón de cuadra inglés, las chinas de la cocina, unas son del país, otras gallegas ó italianas, y entre los peones los hay de todas castas y leyes... ¡Y todos vivimos en paz!

-También me vengara yo si pudiera, fuera o no fuera armado caballero, pero no pude; aunque tengo para que aquellos que se holgaron conmigo no eran fantasmas ni hombres encantados, como vuestra merced dice, sino hombres de carne y hueso como nosotros; y todos, según los nombrar cuando me volteaban, tenían sus nombres: que el uno se llamaba Pedro Martínez, y el otro Tenorio Hernández, y el ventero que se llamaba Juan Palomeque el Zurdo.

En todas partes guardias que les miraban con ojos vagos, como si aún no estuvieran despiertos; labradores que, con la mano en el ronzal, guiaban su carro de verduras, esparciendo en las calles la fresca fragancia de los campos; viejas arrebujadas en su mantilla, acelerando el paso como espoleadas por los esquilones que volteaban en las iglesias próximas; gente, en fin, que al verles metidos en el negocio, chillaría o se apresuraría a separarles. ¡Qué escándalo! ¿Es que dos hombres de bien no podían pegarse con tranquilidad en toda una Valencia?

Franqueadas las siempre pequeñas puertas de ingreso, que más bien llamaríamos postigos, y el zaguán de dimensiones proporcionadas con el resto de la vivienda, penetramos en el patio, constituido por galerías altas y bajas con arcos inscritos en sendo arrabaes, bien de ojiva tumida ó de medio punto peraltados, que volteaban, ora sobre pilares de ladrillo agramilado ó de planta exagonal ú octogonal ora sobre fustes de mármoles de distintos diámetros, y á veces, hasta de desigual altura; diferencia que se salvaba, enterrando los fustes hasta dejarlos al nivel del piso, pues, importaba poco á los constructores que tuviesen ó no basas, así como que los capiteles correspondiesen á un mismo orden ó estilo, porque aprovechaban todo material que se les ofrecía sin el menor escrúpulo.

Había que quedar bien, y en todos los pueblos volteaban corderos enteros sobre las hogueras; corrían a espita rota los toneles de las tabernas; se distribuían puñados de pesetas entre los más reacios o se perdonaban deudas, todo por cuenta de don Ramón; y su mujer, que vestía hábito para gastar menos y guisaba la comida con tal estrechez que apenas si dejaban algo para los criados, era la más espléndida al llegar la lucha, y poseída de fiebre belicosa, ayudaba a su marido a echar la casa por la ventana.