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Es fama que no hay cosa, debajo de la jurisdicción de lo humano, que no se consiguiera por mediación de Pez, y de aquí que Pez estuviera en aquellos días de apogeo tan abrumado de recomendaciones como lo está de ex votos un santo milagroso. La recomendación es entre nosotros una segunda Providencia; equivale a lo que otros pueblos menos expedientescos llaman suerte, fortuna.

Tan embebida marchaba en su pensamiento, que al llegar a la Cibeles, en vez de tomar la calle de Alcalá para ir a casa de Castro con quien estaba citada para aquella hora dió la vuelta como si estuviera paseando por aquel sitio. Cuando lo advirtió se detuvo vacilante. Al fin se confesó que no tenía grandes deseos de acudir a la cita.

Se deshacía, se derretía en amor divino, rompiendo muchas veces en exclamaciones de entusiasmo, en frases incoherentes, como si estuviera loca. Y con esto, su humildad y sumisión tan perfectas, que bastaba una mirada de su confesor para confundirla, para hacerle temblar y pedir perdón por los actos más inocentes.

Algunos se detenían sonriendo al oír el canto tristón y apagado, que parecía salirle de los talones; pero ¡valiente caso hacía él de los curiosos! ¡Como si una alma grande no estuviera, en sus dolores, por encima de la vulgaridad! Y miró al balcón. Ya no estaban allí.

Y don Víctor leía con énfasis y esgrimía el acero brillante, como si estuviera armando caballero al espíritu familiar de las comedias de capa y espada. Admitida la situación en que se creía Quintanar, era muy noble y verosímil acción la de azotar el aire con el limpio acero.

Y su plan lo adivino ahora como si lo estuviera viendo ... Quiere robarme tu cariño ... Ha puesto á su sobrina como un cebo para cogerte en sus redes ... , ya lo que me vas á decir; la sobrina es encantadora ... ¡Al casarse con una joven, no se casa uno con su madre y mucho menos con su tía!

Si estuviera yo ahí, se moriría usted de miedo al verme, porque estoy hecha una fierecita... ¡Hola, hola! Me desafía usted, me cita y me emplaza para que vaya a su casa al punto. Pues iré... y nos veremos las caras. ¿Pero como ir?...

La de verme solo en los ámbitos enmudecidos y yertos de la casona, alcázar de mi flamante y patriarcal señorío, en el pobre terruño de «mis mayores». Todo me resultaba ancho, todo me sobraba allí y todo se me venía encima, como si estuviera edificado en el aire, desde que se había vuelto a sus hogares la familia del viejo Marmitón.

10 En cuanto al parecer de ellas, las cuatro eran de una forma, como si estuviera una en medio de otra. 11 Cuando andaban, sobre sus cuatro costados andaban; no se tornaban cuando andaban, sino que al lugar adonde se volvía el primero, en pos de él iban; ni se tornaban cuando andaban.

Los agradecidos hablan de la luz. Bolívar era pequeño de cuerpo. Los ojos le relampagueaban, y las palabras se le salían de los labios. Parecía como si estuviera esperando siempre la hora de montar a caballo. Era su país, su país oprimido, que le pesaba en el corazón, y, no le dejaba vivir en paz. La América entera estaba como despertando.