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Las señoras del diván contempláronlas con lástima y se hicieron una leve señal con los ojos, que quería decir: ¡pobre joven! Después se hicieron otra señal, que significaba: ¡qué pantalones tan bonitos lleva, y qué bien calzado está! Indudablemente aquel muchacho les fue simpático.

Es nuestra Dirección General de Higiene: los lavaderos, el taller de planchado y el gimnasio, con un sinnúmero de aparatos movidos por la electricidad, invenciones diabólicas que le estiran a usted, le encogen, le rascan la espalda y le cosquillean como un rosario de hormigas. ¡Cosa de ver el lavadero, amigo Ojeda! continuó tras una pausa . ¡Lástima que esté ahora cerrado!

No he dicho palmetas, he dicho Pan-dec-tas replica Suárez sonriendo con mucha más lástima. Don Jerónimo enrojece por el paso en falso que acaba de dar.

Contemplaba yo muchas veces mi desastre, que, escapando de los amos ruines que había tenido y buscando mejoría, viniese a topar con quien, no sólo no me mantuviese, mas a quien yo había de mantener. Con todo, le quería bien, con ver que no tenía ni podía más. Y antes le había lástima que enemistad. Y muchas veces, por llevar a la posada con que él lo pasase, yo lo pasaba mal.

La marquesa llegó a Madrid hecha una lástima; pero el marqués, como si nada le hubiera pasado.

Óyeme añadió solemnemente ; yo me casaré contigo; y para que no interpretes mal mi ofrecimiento, te prometo no ser tu esposo más que en el nombre y mirarte como una hija». Por lástima del pobre viejo no se echó a reír Isidora con el desenfado que había adquirido últimamente. En la pérdida de tantas nobles cualidades conservaba algo de piedad.

Quedó Febrer largo rato como adormecido por este deseo, mirando el paisaje sin verlo. Luego sonrió irónicamente, como si compadeciese su insignificancia. Recordaba el objeto de su viaje y se tenía lástima.

La lectura de este libro me ha interesado mucho, porque precisamente fue escrito en el año 1788, época en que yo debí, en compañía de mi madre, haber hecho un viaje por aquellos lugares; con bastante disgusto mío, hubimos de detenernos en casa de unos parientes que teníamos en Limoges, que tenían unas posesiones a seis leguas de la ciudad; pasamos allí una temporada; llegó la primavera y con ella la noticia de que la duquesa de Orleans necesitaba de la compañía y los consejos de mi madre, pues la Revolución había empezado en París. ¡Lástima grande haberme perdido este viaje a los Pirineos!

Y vos cuidaréis también de su escarcela, porque mi querido barón es tan generoso que probablemente la vaciaría en manos del primer desdichado que le diera lástima. No sería la primera vez. Muchos detalles del servicio escuderil os son desconocidos, naturalmente, pero como decís vos mismo, no tardaréis en aprenderlos y creo que seréis el mejor escudero de cuantos hasta ahora ha tenido mi hijo.

A la aparición del Sultán se desvaneció como si fuesen de fugaces ondas aquel círculo de curiosos y cortesanos. Y el Sultán sin reparar siquiera en ellos se acercó a la desmayada esposa. Los suspiros del coronado amante lograron volver en a la Princesa, pero para causar más lástima y desesperación.