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Los pescadores me esperan, emperador, en sus casas pobres de la orilla del mar. El ruiseñor no puede ser infiel a los pescadores. Yo te vendré a cantar en la noche si me prometes una cosa. ¡Todo te lo prometo! dijo el emperador, que se había levantado de su cama, y tenía puesta la túnica imperial, y en la mano su gran espada de oro.

En la ciudad no se hablaba más que del canto, y en cuanto uno decía «rui...» el otro decía «...señor». Y llamaban «ruiseñor» a los niños que nacían, pero ninguno cantó nunca una nota.

Y, sin embargo, no qué extraño temor, qué singular escrúpulo, qué apenas perceptible e indeterminado remordimiento me atormenta ahora, cuando tengo, como antes, como en otros días de mi juventud, como en la misma niñez, alguna efusión de ternura, algún rapto de entusiasmo, al penetrar en una enramada frondosa, al oír el canto del ruiseñor en el silencio de la noche, al escuchar el pío de las golondrinas, al sentir el arrullo enamorado de la tórtola, al ver las flores o al mirar las estrellas.

Pero le bastó invitar una noche á comer á este ruiseñor humano, para desprenderse de sus ilusiones. ¡Qué torrente de necedades cuando hablaba! ¡Qué feo y vulgar al despojarse de sus trajes escénicos y limpiarse los colores del rostro!... Estando en Sevilla durante la Semana Santa, sintió interés por un torero joven al que adoraba España entera.

No con menos temor, menos sosiego, Tímido ruiseñor su esposa llama, Á quien el plomo en círculos de fuego 2385 Quitó la amada vida en verde rama, Que mi confuso pensamiento ciego En noche obscura los engaños ama, Esperando que llegue con el día La muerta luz de la esperanza mía. 2390 Mas ¿cómo puede haber tales engaños?

Look, love, what envious streaks Do lace the severing clouds in yonder east; Night's candles are burnt out, and jocund day Stands tiptoe on the misty mountain's tops; I must be gone and live, or stay and die. Téngase en cuenta que ni Massucio, ni Da Porta, ni Brooke, hablan en esta ocasión del ruiseñor como Groto y Shakespeare.

Si alguien los enfermos o el doctor se resistía a visitarle, recurría a pequeñas astucias: aseguraba que en su cuarto había un ruiseñor que cantaba admirablemente. De esta manera procuraba atraer gente a su habitación. Los enfermos estaban tan encantados como él de su aposento, y cuando les daba por elogiar la clínica, hablaban de él en primer término.

Siento, al pensar en esto, un profundo terror, como si la vida se me escapara en un momento de desmayo. La inanidad de las cosas me conturba; la esperanza me falta. Yo quisiera que mi espíritu fuera como el ruiseñor, que canta en la noche negra y sin estrellas, o como la alondra, que levanta su vuelo en la desolación de los campos, y no el pájaro herido que se viene a tierra velozmente....

Y de nuevo caía sobre él agarrando su cabeza, oprimiéndola con furia sobre su robusto y firme pecho, en cuyas desnudeces se perdía la anhelante boca de Rafael, poseído también de avidez rabiosa. Ya no canta el ruiseñor murmuraba el joven. ¡Ambicioso! decía riendo quedamente la artista. ¿Ya quieres oírle de nuevo?...

Por esto se había dado tanta prisa en huir: una exigencia de la aprendiza, deseosa de escuchar á aquel artista del que tanto hablaban las señoras. Cuando el grueso ruiseñor quedaba oculto entre bastidores, el coronel ofrecía á su protegida un cucurucho lleno de caramelos. ¡Caramelos en tiempo de guerra! Un verdadero derroche que sólo se podía permitir un enamorado.