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La corte imperial vería en esto una ambición política, un plan para ganar el favor de la plebe, un peligro para la dinastía... Mi buen amigo sería decapitado... Es grave... ¡Maldición! grité. ¿Entonces para qué he venido a la China? El diplomático se encogió de hombros; mas luego mostró en una sonrisa maliciosa sus dientes amarillentos de cosaco: Haga una cosa. Busque a la familia de Ti-Chin-Fú.

Mientras la casa no esté completamente a flote, yo renuncio a mis sueldos; con esto, usted asegura dos mil pesos de renta a su hija; la señora Aubry, haciendo economías en la casa, encontrará pronto los mil pesos restantes. Para formar el capital de sesenta mil pesos, yo traspaso al fondo social los sesenta mil pesos que usted me ha hecho ganar.

Además tenía á tu madre, tenía á la mía, que acababa por ceder á mis peticione. No quiero saber cuánto he perdido: me daría rabia... Deben ser millones. La sonrisa de conmiseración con que la escuchaba Miguel pareció enardecerla. Pero entonces yo no sabía... Ahora necesito ganar, y juego de otro modo. Lo que me falta es capital. ¡Si yo tuviese capital para trabajar!...

La afluencia de gente era todavía grande en aquella encrucijada, tan concurrida siempre, y Currita bajó la cuesta para ganar, al abrigo del jardinillo, la Costanilla de los Ángeles.

Entre tanto, Bastiat, que está razonable en este punto, entiende luego el cambio, no como es, sino como debiera ser; y sobre este cambio modelo, ideal y fantástico, levanta todo un edificio científico que trae enamorados a nuestros jóvenes economistas. En el cambio, no cabe duda que debe darse siempre lo superfluo por lo necesario, y ganar, por lo tanto, todos los cambiantes.

Comenzaron a llover contratas sobre el nuevo espada. En todas las plazas de la Península deseaban verle, con el incentivo de la curiosidad. Los periódicos profesionales popularizaban su retrato y su vida, desfigurando ésta con episodios novelescos. Ningún matador tenía tantas corridas como él. Iba a ganar mucho dinero.

Maletas por todos los rincones, mundos que pueden contener una casa; de trajes de seda... ¡la mar!; sombreros, no cuantos; estuches sobre todas las mesas con diamantes que quitan la vista; y todavía la maldita encargó a Cupido que avisara al jefe de estación para que envíe, así que llegue, lo que falta por venir; el equipaje gordo, un sinnúmero de bultos que llegan de muy lejos, del otro rincón del mundo, y cuestan un capital por su traslado... ¡Y, eche usted!... ¡Claro! ¡Para lo que le cuesta de ganar!

Ahora quería torear para ganar dinero lo mismo que los españoles, y asistía todas las tardes a la escuela con la firme voluntad de un niño testarudo, pagando generosamente sus lecciones. Figúrate : ¡torero con esa facha!... ¡Y a los cincuenta años bien sonaos!

Pero al llegar a casa y sentir en el cuello los brazos de su madre, de Carmen y hasta de su hermana, así como el contacto de todos los sobrinillos, que se cogían a sus piernas, el espada sintió desvanecerse esta tristeza. «¡Mardita sea!...» Lo importante era vivir; que la familia permaneciese tranquila; ganar el dinero del público como otros toreros, sin audacias que un día u otro conducen a la muerte.

Combatieron con tanto coraje que en pocos minutos lograron ganar el terreno perdido y aun hicieron retroceder á los de Lorío. Entonces Toribión, viéndoles flaquear, quiso reanimar su valor y les gritó con voz fuerte: «¡Amigos, compañeros, mozos del Condado y de Lorío, arread firme á esa canalla! ¿Semos hombres ó no semos hombres?