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Decididamente, esta vida que llevo es antihigiénica para cualquiera, y más para , que pertenezco a una familia de guerreros y de ascetas, es decir, de nerviosos. Estoy fatigado por las preocupaciones y el trabajo. Me siento medio neurasténico... Es preciso que mañana mismo haga mis maletas y me una vuelta por Roma o por París, para reponerme. Quiso levantarse otra vez, y le faltaron fuerzas.

Crujían en los camarotes las cerrajas de las maletas; desatábanse correas y paquetes, abandonaban las ropas sus encierros, y las manos diligentes sacudían pliegues y ordenaban piezas con toda calma, sin miedo al vahído del cansancio y a la movilidad que arroja personas y objetos de un ángulo a otro de la inquieta habitación.

Pasó Gallardo ante el cuarto que ocupaba Garabato, y vio a su criado por la puerta entreabierta, entre maletas y cajas, preparando el traje para la corrida. Al encontrarse solo en su pieza, sintió que se desvanecía instantáneamente la alegre excitación causada por la avalancha de admiradores.

¡Una carta para ella!... La tomó febril de la mano del camarero, ante la mirada vaga y sin expresión de la doncella, sentada sobre las maletas. Le temblaban las manos. El recuerdo de Hans Keller, el artista ingrato surgió repentinamente en su memoria. Buscó una bujía en su alcoba y acabó por volver al balcón, examinando la carta a la luz del crepúsculo.

Varios carlistas y padres registraban allí las maletas, que no parecía sino que buscaban pecados por entre los pliegues de las camisas, y otros varios viajeros tan asombrados como los nuestros, se hacían cruces como si vieran al Diablo. Allá en un bufete, un padre, más reverendo que los demás, comenzó a interrogar a los recién llegados.

¿Llevó mucho equipaje?... Me dijo que pensaba detenerse varios días. , señora; llevó un mundo y dos maletas. Yo mismo las hice. ¿Y fue por fin solo?... Me dijo que quizá tendría que acompañar a unas señoras francesas... Quedóse Damián muy parado y tornó a encogerse de hombros. Demetrio le acompañó a la estación... Yo me quedé en casa. Llame usted a Demetrio... Me interesa saberlo.

De los sacos de lona que les servían de maletas sacaban sus trajes del tiempo de paz, cuando trabajaban en los vapores de carga, en los veleros que van á Terranova ó en simples barcas de pesca costera. La cocina estaba repleta á ciertas horas de hombres que escuchaban al viejo.

A las 5 a. m. mi vecina se levantó, humedeció una esponja diminuta, se refrescó la cara, sacó el reloj, consultó su itinerario, arregló sus maletas, y como yo hiciera mi aparición en ese momento, me tendió la mano, dándome un gracioso good morning. Cuando el tren se puso en marcha nuevamente, volvió la cabeza y me hizo un saludo con la mano. Me volví al vagón de mal humor.

Completaban la decoración una enorme espada pendiente del mismo clavo que sostenla un niño Jesús bordado en cañamazo, dos escopetas arrimadas a un rincón, dos guantes y dos mascarillas de esgrima junto a dos pares de floretes, tres maletas muy usadas y un hombre.

Les parecía intolerable pasar varios días sin verse. Cuanto antes se reuniesen, mejor, lo importante era salir de la ciudad. Y acabaron por decidir que se reunirían lo más cerca posible: en Valencia. El amor gusta de la audacia. Acababan de almorzar entre las maletas y las cajas, que ocupaban una gran parte de la habitación de Leonora en el hotel de Roma.