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Su nombre corrió entonces de boca en boca entre la plebe. Era el simpático Damián de Goes, que privaba mucho con el soberano.

Nuestro Tiburcio, que iba al lado de Damián de Goes, procuró consolarle diciendo de esta manera: No os apesadumbréis tanto, mi buen señor, por lo tremendos y feroces que suelen mostrarse en el día los hombres de esta península, engreídos por sus triunfos y por su predominio en la tierra.

Pocos asuntos se han manejado tanto por los dramáticos españoles como la historia de D. Alvaro de Luna; pero la verdad es también que acaso la comedia más débil, que desenvuelva este argumento, es la de nuestro Damián Salustrio del Poyo. Al parecer este mismo Velarde había escrito otro Cid, antes que Guillén de Castro .

Porque ¿que sabía él lo que era Damián?... Un pícaro probablemente, un bribón como todos, puesto que, a juzgar por lo que de mismo sentía él, sólo pueden admitirse dos clases de hombres: los ahorcados y los que merecen serlo. Rióse al cabo de sus locas imaginaciones, y vestido ya del todo, pidió un sombrero, unos guantes, un paraguas... ¿El señor marqués almorzará en casa?... No.

Pues no lo , Butrón, y me tiene esto muy perpleja... Porque Damián me ha traído varias cartas que le han llegado por el correo y no dónde enviárselas... ¡Si falta en esa cabeza algún tornillo!... Preciso será esperar a que escriba de nuevo, y te encargo mucho que en cuanto recibas sus señas me las envíes de seguida.

Damián se adelantó muy sereno, cruzando con el turbado jockey un guiño picaresco, un gesto de pillo redomado, que vio muy bien la condesa, sintiendo, a pesar de su vergüenza, que se le sublevaba allá por dentro lo poco de gran dama que quedaba en ella. Pase vuestra excelencia, señora condesa dijo.

Celebrose la ocurrencia con grandes risas, Damián quiso apagar una vela de un taponazo de Champaña, falló el tiro, y armose descomunal gritería; eran cuatro personas y alborotaban como doce.

El altar mayor, como obra de un mismo artífice, aunque mas en pequeño, es igual en su orden al de la Catedral, con la diferencia de que así como en este se representan pasages y misterios de la vida del Redentor, en aquel son concernientes a la vida y martirio del santo Apóstol: también es obra de Gabriel Yoli, otro retablito al lado de la Epístola, con relieves en miniatura, y en cuya parte principal se ven representados de escultura, los médicos San Cosme y San Damian: aquí se encontraron los cadáveres de los Amantes de Teruel.

Aturdido, al verse frente a frente de la dama, dio un paso atrás, diciendo atropelladamente: El señor marqués está fuera... Ya lo ... Busco a Damián. No fue necesario llamarlo: por el extremo del pasillo asomaba este la cabeza, y veíanse detrás el ama de llaves y el cocinero, todos rubicundos y sofocados, como si viniera a sorprenderles la visita al final de un opíparo banquete.

Damián de Goes, haciéndose seguir de Miguel de Zuheros, de Tiburcio y de los dos forasteros desconocidos, llegó donde estaba el Rey y le refirió todo el suceso. Dirigiéndose el Rey al anciano desconocido, le preguntó: ¿Y quién eres y de dónde sales, viniendo a perturbar la alegría y la paz de Lisboa en ocasión tan solemne?