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El más vivo deseo del gobernador se cifraba en que Miguel de Zuheros y Tiburcio abandonasen la ciudad llevando consigo a los más turbulentos aventureros y acometiendo alguna arriesgada empresa de la que tal vez sería lo mejor que nunca volviesen.

Esto lo calculamos muy bien antes de zarpar de Lisboa y por eso se dio el mando militar de la nave a tan atrevido sujeto como el señor Miguel de Zuheros que está presente.

Deplorando o aparentando deplorar la separación, ciento veinte abandonaron a Miguel de Zuheros. Con él sólo quedaron sesenta valientes de los más devotos a su persona. No hay que decir que el fiel Tiburcio quedó también con él. Después de esto, de noche y con misterioso recato, el anciano Narada vino a visitar a Morsamor.

De todos modos, Miguel de Zuheros sentía muy picada su curiosidad y anhelaba investigar y averiguar más de lo que ya sabía por el fámulo. Y como el señor Sankarachária era muy conversable y muy fino, procuró charlar con él, lo consiguió fácilmente y le interrogó sobre diversos puntos.

Al extremo de ellos había una compuerta que el Padre Ambrosio levantó con facilidad. Ambos se encontraron entonces en un espacioso camaranchón, lleno de extraños objetos que provocaron la admiración y el asombro y despertaron la curiosidad de Fray Miguel de Zuheros.

Morsamor fijó entonces su atención en el fraile, le reconoció, fue hacia él y le echó los brazos al cuello. ¡Querido Paisano! le dijo . Cuánto me alegro de poder servirte y valerte en esta ocasión. eres de un lugar que apenas dista un cuarto de legua de mi patria, Zuheros.

Zuheros y Doña Mencía, esta con su castillo, aquella al pié de una elevada cordillera de rocas y montañas, conservan celosas la memoria de un alcaide, Diego de Cabrera, y de un señor, Alonso de Córdoba, que se coronaron de gloria en la prision del rey chico de Granada.

Claro está, que si había diablos de esta clase y si Tiburcio contaba entre ellos, al cabo llegaría un momento en que Tiburcio cumpliría su condena y se encontraría indultado y horro de la esclavitud de la culpa. No poco de tan extraña opinión podía apoyarse, según Miguel de Zuheros había oído al Padre Ambrosio, en varias sentencias de Orígenes y de San Gregorio de Nisa.

Aún salía mucha más gente del templo, y nuestros dos aventureros permanecieron parados para verla salir. Ya de los últimos, apareció un pequeño grupo que montó a caballo a la puerta del templo y que pasó muy cerca de Miguel de Zuheros, excitando su curiosidad.

Poniéndose a las órdenes de Juan Silveira, que mandaba en Cananor, Miguel de Zuheros fue a Ceilán a combatir y a escarmentar al mencionado rey; en varios encuentros que tuvo con sus huestes alcanzó siempre la victoria y contribuyó no poco a que cansados de luchar por una y otra parte, se sentasen paces de nuevo.