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La ocasión como he dicho es hoy más propicia que nunca. Para no perderla anhelamos tu auxilio. ¿Nos le concedes? Dime cuál es vuestro plan respondió Morsamor. En Benarés replicó Narada reina hoy el tirano musulmán Abdul ben Hixen.

Dos purohitas o brahmanes que oficiaban asistiendo a Narada, pusieron en la mano derecha de Morsamor algunos hilos de azafrán, enlazados por larga cinta a otros hilos de azafrán que pusieron en la mano izquierda de Urbási. Narada asió después la diestra de Morsamor y la unió a la diestra de Urbási.

Narada entró luego en pormenores a fin de exponer y de explicar los medios con que contaba y las probabilidades de buen éxito. El ambicioso Morsamor se dejó convencer al cabo. Narada y otros importantes personajes que habían venido con él disfrazados de fakires, debían servir de guía a Morsamor y a su hueste, compuesta de 300 aguerridos y audaces aventureros.

Previos muy corteses saludos y sin otro preámbulo, Narada, dijo lo siguiente: La verdad, sin jactancia, es que yo he fomentado y estimulado la ambición de Balarán desde mucho tiempo ha, infundiendo en su alma mi ardiente deseo de sacudir el yugo de los muslimes.

Completaban la caravana treinta poderosas mulas, alquiladas a dos ricos banianes en quienes Narada fiaba mucho y que se habían comprometido a ir a donde se les mandase, cuidando y guiando las mulas con el auxilio de cinco hábiles naires.

Narada entonces habló así con Agni, dios del fuego, devorador de la ofrecida hostia, conductor alado del holocausto: ¡Oh, que te ocultas en el seno de los seres todos, que sin ti no serían, escúchame, Agni, que animas el universo.

Lo que dijo Narada a Morsamor merece capítulo aparte. El brillo de tu gloria dijo Narada ha llegado hasta nuestra santa ciudad y ha penetrado en nuestros corazones cual rayo de esperanza. Yo vengo a buscarte para que la esperanza se logre. No; no eres para nosotros un ser humano inferior y de distinta raza.

Guiado por Tiburcio e introducido en la estancia de Morsamor, no tardó en aparecer ante sus ojos el sabio Narada bajo el desarrapado traje de fakir o penitente vagabundo, a través de cuyo desaliño y de cuyos miserables harapos, resplandecían la majestad del noble e inteligente anciano, la despejada tersura de su frente y la limpia nitidez de su blanca y luenga barba.

En la cabeza de Urbási las cuatro matronas echaron por último un rojo y transparente velo. Recitando himnos con entonada melopeya, Narada invocó a los lares y a los manes, genios protectores del hogar y espíritus de los antepasados.

Sobre ambas manos juntas fueron todos los asistentes vertiendo algunas gotas de agua lustral perfumada. Morsamor enseguida dio a Urbási algunas hojas de betel picante. Entonces se renovó la invocación, dirigiéndola Narada a los más egregios seres divinos, a la propia Trimurti con el complemento femenino de Sarasvati, esposa de Brahma; de Laksmi, esposa de Vishnú, y de Uma, esposa de Siva.