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Vedle, en efecto, á ese hombre inhumano, á ese implacable perseguidor que en los últimos años de su vida presumió anegar en sangre ortodoxa la valiente hueste evangélica; oidle mas bien, describiendo por su propio labio su existencia de guerrero enamorado y las penas de la ausencia : Tus brazos dejé, alma mia, y al campo acudí veloz como flecha despedida por el arco zumbador.

Entretanto, ni Morsamor, ni Tiburcio, ninguno de la pequeña hueste, podía ir a la ciudad de los mahatmas jóvenes o no jubilados, ni mucho menos ver a las mujeres. Sin duda era ley inquebrantable aquel retraimiento, mil veces más severo que el que hubo más tarde en el Paraguay, para evitar que las ciudadanas y los ciudadanos fuesen perturbados y contaminados por extrañas visitas.

El primogénito encuentra a su padre, que viene a pie entre la hueste de mendigos, y refrena el caballo haciéndose a un lado para dejar paso a todos. Don Juan Manuel no le reconoce hasta cruzar por su lado. Entonces le mira con altivez, pero sin cólera, desengañado, desdeñoso, triste. ¡Ah!... Eres , bandido. ¡Yo soy! Al fin nos encontramos. ¿Te han dicho que tienes mi maldición? , señor.

Don Enrique de Trastamara, rey de Castilla, se hallaba acampado con su ejército á unas diez leguas de distancia en dirección á Burgos, según informes suministrados al barón por numerosos espías. Por éstos supo también que el monarca castellano mandaba poderosa hueste de cuarenta mil infantes y veinte mil caballos.

El grito de "Dios y Patria" ruje la hueste de Iberia, y al punto hacia el enemigo emprende veloz carrera estremeciéndose, altiva y feroz, con la soberbia de leones irritados que sacuden las melenas; los alaridos del indio turban la región serena del aire, y la muchedumbre de los contrarios, inquieta, en sinuosas oleadas agítase, a la manera con que a los ojos se ofrecen las ondas altas y lejas, o las mieses que combaten los vientos de la pradera.

La hueste de Morsamor buscó la mayor obscuridad, bajo las copas de algunos corpulentos árboles, para recatarse de los que pudieran estar vigilando y no ser vista ni sentida hasta que a una señal, que aguardaba con impaciencia, pudiese caer sobre los enemigos descuidados. No llevaba la hueste de Morsamor armas de fuego, poco usadas y nada portátiles todavía.

Sin embargo, no era el barón uno de aquellos acaudalados magnates que podían mantener en armas numerosa hueste, y con dolor se vió obligado á despedir gran número de voluntarios, que buscaron otros jefes, limitándose él á seguir las instrucciones que le había enviado su amigo Claudio Latour, autorizándole para equipar cien arqueros y cincuenta hombre de armas, que unidos á los trescientos veteranos de la Guardia Blanca que quedaban en Francia, formarían un cuerpo cuyo mando podría aceptar sin vacilación tan gran capitán como el barón de Morel.

Las llamas del hogar ponen su reflejo sangriento, y el segundón, con un aullido, hunde la maza de su puño sobre la frente del viejo vinculero, que cae con el rostro contra la tierra. La hueste de siervos se yergue con un gemido y con él se abate, mientras los ojos se hacen más sombríos en el grupo pálido de los mancebos.

Noticiosos los granadinos de que la sed acosa á la hueste cristiana, salen á picarles la retirada, y sin propósito deliberado de trabar batalla la comienzan, con tan buena suerte, que el infante D. Juan se ve en el mayor aprieto.

Está el cuitado como adolecido desde que tuvo el primer anuncio, que fueron las luces de la Santa Compaña. ¿Vió a la Santa Compaña? la vió.... Era una hueste muy luenga de ánimas en pena, todas vestidas de blanco. Pareciósele de noche en el Campo de la Iglesia. ¡Allá, en Viana!