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Aspiraba a enderezar aquel arbolito tierno, civilizándole a la vez la piel y el espíritu. Obra de romanos, decía el capellán. Por entonces se dedicó el matrimonio Moscoso a pagar visitas de la aristocracia circunvecina.

El día de Corpus, después de misa mayor, empezaron las visitas que duraron casi toda la tarde.

Martes, 4 de enero de 1825. Los cambios de tarjetas, las visitas, las felicitaciones, las alegrías, el movimiento, en fin, de primero de año me han hecho mucho daño; yo no puedo hacer más que llorar cuando alguien me dirige sus recuerdos; ¡mis recuerdos están en lo pasado! ¿Y qué es lo que el pasado me recuerda?

Apurada por volver a París, a sus visitas y a sus correrías por las tiendas, se quejaba de la humedad de la atmósfera, de la tristeza del paisaje, de la soledad, pues las villas se cerraban una a una y la única distracción mundana consistía, durante el mes de octubre, en concurrir a la estación del ferrocarril, a despedir a los que se marchaban.

El corazón, al cabo, es una máquina que tiene en la cabeza el tornillo regulador de sus impulsosComo su abuelo salía ya poco de casa, cuando no podía ir a la de sus hijos, iba la nieta a visitarle. ¡Cuánto la agradecía estas visitas el pobre viejo! Es triste la decía vivir solo a esta edad y lleno de achaques.

Desde que le habían separado de su nodriza, no había visto más que dos seres humanos, su padre y su abuela, y vivía entre aquellos dos colosos como Gulliver en la isla de los gigantes. La viuda se había secuestrado voluntariamente para estar a su lado; hacía y recibía muy pocas visitas por miedo que alguna palabra imprudente traicionase su secreto.

Pero ahora, al pensar en las audacias que se permitió el día de Corpus y otras muchas realizadas por el bolsista en sus diarias visitas, doña Manuela deteníase avergonzada, y a estar iluminado el salón, se hubiera visto su rubor. Ella, que hacía tantos años no se acordaba para nada de Melchor Peña, sentíalo vagar en torno como un espíritu guardián de su honrada viudez.

La pieza que servía de salón, despacho y comedor, donde don Carlos recibía á sus visitas, estaba adornada con unos cuantos rifles y pieles de pumas cazados en las inmediaciones. El estanciero pasaba gran parte del día fuera de la casa, inspeccionando los corrales de ganado más inmediatos.

Eso es. Pues que entre al momento. ¿Llamo á vuestra dueña? No. La doncella salió escandalizada; doña Clara jamás había recibido visitas de hombre. Introdujo, sin embargo, á don Juan, y salió.

Esto no era de creer en un hombre como él, en un hombre cuyo pensamiento se tornaba rápidamente en acción como el de un niño. ¿Por qué motivo volvía entonces al lado de su amiga, y la trataba mejor en sus visitas demasiado breves y raras?