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La impetuosidad con que sopla el viento del sud promueve inmediatamente en los grandes rios gruesas oleadas, que obligan á los viageros á suspender su marcha para no verse irremisiblemente sumergidos junto con sus canoas.

Rióse la niña, turbóse el indiano, ayudóla á posar la herrada, hubo palique, preguntas, exclamaciones, vino la noche y salió la luna, sin que se interrumpiese el coloquio, y á Sebastián le pareció que en su espíritu no era la luna, sino el sol de Mediodía lo que irradiaba en oleadas de luz ardorosa y fulgente...

Hay momentos en los que todo hombre es mujer, en los que toda virilidad es apagada por las lágrimas. Nuestro viaje, cuya distancia se recorre durante la primavera en un par de horas, duró siete, en medio de aquel océano de nieve, cuyas grandes oleadas parecía que iban a tragarnos a cada instante.

La mujer de Zarandilla puso la mesa, ayudada por las jóvenes serranas, que habían adquirido cierto aplomo al verse en las habitaciones del amo. Además, el señorito, con una franqueza que las enorgullecía, haciéndolas subir a la cara oleadas de sangre, iba de una a otra con la botella y la batea de cañas, obligándolas a que bebiesen.

Mas por la puerta seguían entrando grandes oleadas de gente que turbaban a los fieles de adentro e impedían establecer el silencio. María y Genoveva fueron arrastradas diferentes veces de un punto a otro por el vaivén de la muchedumbre. El orador aguardó en vano que se apagara el rumor.

La música de los campanarios caía sobre la ciudad en frescas oleadas y se difundía por el valle, a manera de río desbordado que quisiera escaparse por los barrancos. Allí se detenía un instante, y luego como que se levantaba ansiosa de volver a las alturas, para remontarse a los cielos en pos de los astros que iban palideciendo y borrándose en la ténue claridad del crepúsculo.

Era una tierna doncella á quien el sermón predicado por el Reverendo Sr. Dimmesdale, el día después de la noche pasada en vela en el tablado, había hecho trocar los goces transitorios del mundo por la esperanza celestial que iría ganando brillantez á medida que las sombras de la existencia se fueran aumentando, y que finalmente convertiría las tinieblas postreras en oleadas de luz gloriosa.

La Naturaleza humana se levanta, huyendo de las olas que la azotan alborotadas; la Tierra le ofrece un refugio en las cimas más altas de sus montañas, y las oleadas suben más y más, y amenazan tragarla, riéndose á carcajadas Lucifer y la Culpa.

La plebe entonces, como desbordado torrente que rompe el dique que le retiene y en violentas oleadas lo inunda todo, se precipitó por la puerta y llenó en un instante el parque que se extendía en torno del alcázar dentro del recinto murado. El rey, según hemos dicho ya, tuvo que replegarse y encerrarse de nuevo en el alcázar después de su vigorosa salida.

El marqués exponía las observaciones de su sabiduría, adquirida en interminables cabalgadas por la llanura andaluza, desierta, inmensa, de dilatados horizontes, como un mar de tierra, en el que eran los toros a modo de adormecidos tiburones que marchaban lentamente entre las oleadas de hierbajos.