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Con esta serie, siempre necesaria para que el cuadro se pinte, se pueden combinar diferentes series de causalidad final. El artista puede haberse propuesto las que siguen. Lucir su ingenio y esto para adquirir fama, y la fama para disfrutar el placer que se experimenta con una nombradía gloriosa.

Nuestra historia hace dos siglos no contiene más que muertes heroicas. «Gloriosa derrota de tal parte.» «Heroico desastre de tal otraPor tierra y por mar hemos causado estupefacción en el mundo, arrojándonos con los ojos cerrados en el peligro, presentando la cabeza sin huir, con el estoicismo del chino.

Espero que esta piadosa vigilia no será perdida para . Sobre aquella fisonomía en que se hallaba impresa una gloriosa paz, y donde parecía verdaderamente errar, yo no qué reflejo sobrenatural, más de una verdad olvidada ó dudosa, se me apareció con una evidencia irresistible.

Me dispongo á terminar brevísimamente la actual campaña, á fin de aniquilar el movimiento armado en la República, que sonroja los rostros de los hijos de un pueblo valeroso, digno y de vergüenza; dicha sea esta última expresión apelando el vocablo que en crítica situación para los revolucionarios del 68, sirvió al inmortal Agramonte para levantar más el espíritu público y hacer que prosiguiera la jornada gloriosa.

La gente que paseaba por el atrio se fijó inmediatamente en él. «¡El príncipe LubimoffTodos recordaban su yate, sus aventuras, sus fiestas, repitiendo su nombre como un eco de gloriosa resurrección.

Yo quiero que me lo impidan. ¿Para qué? Para arrancarla de las garras que la sujetan; para romper las barreras que la religión y la nacionalidad ponen entre ella y yo; para reírme en las barbas de doce obispos y de cien nobles finchados, y derribar a puntapiés ocho conventos, y hacer burla de la gloriosa historia de diez y siete siglos, y restablecer el estado primitivo.

La carrera gloriosa de las armas se abría para él con los primeros rayos del sol de Mayo; y no hay duda que con el temple de alma de que estaba dotado, con sus instintos de destrucción y carnicería, Facundo, moralizado por la disciplina y ennoblecido por la sublimidad del objeto de la lucha, habría vuelto un día del Perú, Chile o Bolivia, uno de los generales de la República Argentina, como tantos otros valientes gauchos que principiaron su carrera desde el humilde puesto del soldado.

La gloriosa mujer daba chillidos creyéndose herida de muerte, y la muchedumbre, á pesar de su admiración, acabó por reir de ella con alegre irreverencia. Al verse sentada otra vez en su carruaje, libre de aquella avalancha fustigadora, igual á un haz enorme de cañas, el susto que había sufrido se convirtió en orgullosa cólera.

Y después del triunfo de su hijo sobre la impiedad representada en don Pompeyo Guimarán, después de aquella conversión gloriosa, su madre le admiraba con nuevo fervor y procuraba ayudarle en la satisfacción de sus deseos íntimos, guardando siempre los miramientos que exigía lo que ella reputaba decencia.

No era que le mortificase lo más mínimo en su amor propio: estaba resuelto a padecer por Dios con alegría toda clase de martirios, cuanto más una injuria. Lo que temía era tener que renunciar a una empresa tan noble y gloriosa. Poco a poco llegó a convencerse de que el mismo Dios se la encomendaba especialmente, que ésta era la tarea principal que le había impuesto al enviarlo a Peñascosa.