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Y como transcurrían semanas sin que se realizasen sus ilusiones, daba consejos á Wilson desde las arboledas de Villa-Sirena ó entre las columnas de jaspe del atrio del Casino. ¿En qué piensa ese señor?... ¿Por qué no vienen? Si no se apresuran, todo habrá terminado antes de su llegada.

Al pasearse por el atrio, antes de entrar en los salones, vió junto á una columna un grupo de oficiales franceses, todos convalecientes.

Toledo recorría con el pensamiento la ondulante línea de localidades célebres asomándose al mar en la punta de los promontorios ó encogiéndose en la herradura de los pequeños golfos para recibir mejor la refracción del sol invernal enviada por las murallas rojas de los Alpes: Cannes, que le inspiraba respeto por su silenciosa distinción los tísicos y los valetudinarios ilustres sólo querían morir allí ; Antibes, con su puerto cuadrado y sus baluartes, que, según Atilio Castro, recordaba las marinas románticas pintadas por Vernet; Niza, la capital adonde convergía toda la gente para gastar su dinero, remedando la vida de París; la profunda bahía de Villafranca, refugio de acorazados; el Cap-Ferrat y su hermosa excrecencia de la punta de San Hospicio, antiguo refugio de piratas africanos: Beaulieu, con sus palacetes tunecinos habitados por multimillonarios norteamericanos de mesa siempre abierta, que habían invitado á almorzar muchas veces al coronel; Eze, el villorrio feudal agarrado tenazmente á una ladera de los Alpes y cayéndose en ruinas en torno de su cariado castillo, mientras abajo forman los tránsfugas un nuevo pueblo al borde del golfo que sus antecesores llamaban orgullosamente el Mar de Eze; Cap-d'Ail, que es como el atrio del principado inmediato; la roca de Mónaco, llevando sobre su lomo una ciudad amurallada; enfrente, el flamante Monte-Carlo; más allá, el Cap-Martin, de sombría vegetación, cerrado y señorial, último asilo de reyes destronados; y finalmente, tocando á Italia, el dulce Mentón, dominio de los ingleses, otro lugar de enfermos distinguidos, donde debe terminar sus días todo tísico que se respeta.

Sólo acudían los jugadores rabiosos, después de haber pasado la noche en claro, deseando probar cuanto antes sus nuevas combinaciones, y las personas achacosas, con la esperanza de encontrar libre un buen asiento. La impaciencia hizo entrar á Lubimoff en el atrio, después de meterse disimuladamente en un bolsillo el fajo de billetes que le presentó Toledo.

Con cierto apresuramiento se fué llevando al joven hacia el vestíbulo del Casino, como si quisiera evitar la presencia de los grupos que llenaban el atrio. Teniente, voy á decirle una cosa... Necesito... pedirle un favor. Balbuceaba, no sabiendo cómo expresar un deseo que él mismo tenía por absurdo. Esta indecisión, unida á las vacilaciones de su voz, acabó por irritarle.

12 Al lado del occidente cortinas de cincuenta codos; sus columnas diez, y sus diez basas; los capiteles de las columnas y sus molduras, de plata. 13 Y al lado oriental, al oriente, cortinas de cincuenta codos. 15 al otro lado, de una parte y de la otra de la puerta del atrio, cortinas de a quince codos, sus tres columnas, y sus tres basas.

»Sea su planta parecida á la de las basílicas del Crucificado, para que la casa de Dios oprima la casa de los ídolos: atrio, pórtico, naves y santuario; todo en un recinto de cuatro ángulos y cuatro lados, como la santa casa de la Meka .

Muñoz caminaba rápidamente, como atraído por el vértigo de la imagen. Estaba en la calle Juncal; atravesó al atrio solitario y sonoro de la iglesia. Caminó varias cuadras hacia el centro, buscando ruido. Delante de él iba alguien a quien creyó conocer en el modo de andar. Apresuró el paso. Era Julio Lagos. Habían sido compañeros de la misma clase, en el Colegio.

Los católicos celebraban un aniversario religioso. ¿Pero cómo? ¡Oh ludibrio!». Don Pompeyo se acercó al atrio: observó desde fuera.

Después de dar dos vueltas por el atrio y de detenerse breves instantes frente al crucero, el santo volvió a entrar en la iglesia, y fue pujado, con sus andas, a una mesilla al lado del altar mayor muy engalanada, y cubierta con antigua colcha de damasco carmesí. La misa empezó, regocijada y rústica, en armonía con los demás festejos.