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En primer lugar tenía diez y seis años, después la personita que se miraba al espejo, tenía una carita que no le disgustaba; luego hice dos o tres piruetas pensando en la estupefacción del cura ante mi nueva ciencia. Cuando llegó, rosado y risueño, hacía mucho tiempo que llevada por mi impaciencia me había instalado junto a la mesa.

La hija de un cuñado de Maza, era la joven que se le prometía vagamente. Al fin, con sorpresa y estupefacción de la villa, traicionó a sus amigos y protectores. De la noche a la mañana dejó la redacción del Faro y pasó a escribir en El Joven Sarriense. No fué impunemente, sin-embargo.

El toro entró, corriendo tras el forro rojo de la chaqueta, atraído por este adversario digno de él, y volvió su cuarto trasero a la figura de falda negra y cuerpo violeta que, en la estupefacción del peligro, seguía con la lanza bajo el brazo. No tenga mieo, doña Zol: éste ya es mío dijo el torero, pálido aún por la emoción, pero sonriendo, seguro de su destreza.

Causó estupefacción en el primer momento la presencia de Roseta: algo así como la entrada de un moro en la iglesia de Alboraya en plena misa mayor. ¿A qué venía allí aquella «hambrienta»?... Saludó Roseta á dos ó tres que eran de su fábrica, y apenas si le contestaron, apretando los labios y con un retintín de desprecio.

Vengan acá y respondan dijo Santorcaz, excitando la curiosidad de sus oyentes . ¿No les parece que el mundo está muy mal arreglado? Abriéronse varias bocas con estupefacción, y no se oyó ninguna respuesta.

Un día, con verdadera estupefacción del vecindario, se dijo que acababa de llegar en la goleta Julia un profesor de esgrima, M. Lemaire, con el exclusivo objeto de enseñar el manejo de las armas a don Rosendo. Y, en efecto, pronto se vió a éste acompañado de un joven delgadito y rubio, de traza extranjera. La impresión fué honda.

El notario levantó los brazos al cielo con una estupefacción demasiado vehemente para ser fingida. ¡Usted ama al señor de Candore! ¡Usted! ¡Usted! Le amaba como él a , más que a mi vida, pero menos que a mi honor, y, lejos de sustraerse a sus juramentos, que yo por otra parte no había ratificado, vea usted la carta que me escribió la víspera de sus esponsales. Lea usted, se lo ruego.

Pero así que llegaba la primavera y Juan salía de su casa para torear en las plazas de España, la pobre muchacha, pálida y débil, parecía caer en una estupefacción dolorosa, con los ojos agrandados por el espanto y pronta a derramar lágrimas a la menor alusión. Setenta y dos corridas tiene este año decían los amigos de la casa al comentar las contratas del espada . Nadie es tan buscado como él.

Esto último era lo que la hacía reflexionar, frunciendo las cejas y contrayéndose con un esfuerzo mental. ¿Usted se llama capitán...? ¿usted se llama...? Y de pronto sonrió, dando fin á sus dudas. Usted se llama dijo resueltamente el capitán Ulises Ferragut. Paladeó con largo y risueño silencio el asombro del marino. Luego, como si se apiadase de su estupefacción, dió nuevas explicaciones.

Por esto, rabioso y desesperado, anhelaba batirse en función campal, seguro de su destreza y costumbre de guerrear; y lamentando la estupefacción del General en Jefe, exclamaba: «Demos una batalla, y, aunque muera la mitad del ejército, la otra mitad conquistará un charco en que beber y un puñado de trigo seco que llevar a la boca