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Pero casi todas, para no romper enteramente con la majestuosa tradición, habían añadido al faldellín de moda una cola estrecha y aguda como una lengua, que seguía sus pasos. Una dama salió al encuentro de Lubimoff, y éste tardó en reconocerla. ¡Hacía tantos años que no había visto á Alicia vestida de soirée!

El maestro afirmaba, que el mismo general lo había nombrado alférez en los últimos meses de la guerra, por ser más instruído que sus desarrapados camaradas. Así entró Marcos Toledo en el palacio de los Lubimoff. El grave marido de la princesa rió con una alegría juvenil al conocer sus andanzas de emigrado en París.

Lewis cree que debe sentirse contento. ¡Día de sorpresas! Primeramente el conde, después el coronel, que le avisa la presencia de Lubimoff... Evita hablar de su sobrina; incorpora su tristeza á las tristezas de todos... La paz le ha sorprendido: ¿quién podía esperarla tan pronto, á continuación de la fase más angustiosa de la guerra?... El conde abandona su inmovilidad para hablar. Todo el mundo.

Al crearse los ferrocarriles, enormes riquezas fueron surgiendo de estas tierras escogidas por el cosaco: en unas se descubrían venas de platino: en otras, canteras de malaquita, yacimientos de lapislázuli, abundantes pozos de petróleo. Además, docenas de miles de siervos recién emancipados por el zar seguían trabajando la tierra, lo mismo que antes, para los descendientes de Lubimoff.

Al instante se abría el muro más próximo, vomitando una camilla y dos bomberos, que hacían desaparecer el cuerpo importuno como por encantamiento. Los de la partida inmediata no llegaban á enterarse. En otras ocasiones era un suicidio. Lubimoff conocía una mesa llamada «del suicida», á causa de un inglés que había querido morir teatralmente, disparándose un pistoletazo al perder la última moneda.

El militar es el príncipe Lubimoff: un Lubimoff que parece más fuerte, más sereno y decidido que el del año anterior, á pesar de su brazo artificial. La cabeza tiene las mismas canas de antes, discretamente esparcidas; pero el bigote, al crecer libremente, ha surgido casi blanco. Las patillas del coronel son de la misma tonalidad.

Todos encuentran un nuevo sabor al placer, viendo en lontananza cómo se aleja el negro harapo de la adversaria. Lubimoff se detiene en el centro de la plaza. Empieza á obscurecer.

Fué su primera negativa en toda la noche. El jardinero la esperaba seguramente. Valeria tal vez no estaría dormida. ¡Ah, no!... Lubimoff, en su desesperación, habló de marchar juntos á Villa-Sirena.

Venían del otro lado de la tierra con la fe sencilla que realiza los grandes milagros de la Historia; y mientras tanto, el príncipe Lubimoff, que, en fuerza de rebuscar ideas superiores y sensaciones exquisitas, había acabado por no creer en nada, estaba allí, en una baranda de su jardín, calculando el medio más seguro de matar á un hombre, un hombre útil, igual á estos que pasaban.

Lubimoff, que había estado allá muchas veces, contestaba con un gesto ambiguo: ¡Tal vez!... Pero si quieren de verdad entrar en la guerra, ¡quién sabe! Todo puede suceder en aquel país, aunque parezca imposible. El coronel acabó por sentir el entusiasmo irrazonado de las gentes.