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Me marcho á París... Quiero salir mañana; arregla lo necesario. Luego, al fijar sus ojos en el coronel, continuó, con voz más dulce: Creo que nunca volveré aquí... Voy á vender Villa-Sirena. Don Marcos desciende por los jardines públicos hacia la plaza del Casino, en conversación con un militar.

Una tarde, aburrido de sus magníficos jardines, siempre iguales, del silencio de su casa desierta, de las distracciones crecientes del coronel, que constantemente tenía algo que hacer en Monte-Carlo ó en el pabellón del jardinero, se lanzó á pie hasta la ciudad y tuvo un encuentro. Sus pasos le llevaron maquinalmente hacia los bulevares altos, cerca de la calle donde estaba Villa-Rosa.

Al caminar, se da cuenta de algo que no ha visto antes, cuando le acompañaba el coronel. La bandera de los Estados Unidos flota sobre todos los edificios. Hay en la vía pública tantos rótulos en inglés como en francés. Soldados americanos por todas partes. El uniforme de Lubimoff y los de otros combatientes franceses se pierden en la gran inundación de hombres vestidos de color mostaza.

En torno del coronel, las gentes parecían afligirse un instante leyendo las malas noticias. Luego, los más, entraban en las salas de juego.

Solamente el Himno Nacional tiene notas comparables a las que yo encontré en esta frase sencilla me pareció ver el sol dentro de aquel salón oscuro. ¡Traigo esta carta para Usía...; es de mi coronel! Rompió la cubierta, tomó la cartulina que contenía y luego de recorrerla, exclamó: ¡Diez años de servicio sin un arresto, y dos ascensos por acción de mérito!... ¿Qué es lo que desea, sargento?

Dicen que el rey Dorotea bajó la voz dicen que el rey ha amado á doña Clara; que ha tenido empeño; que ha enviado á Nápoles al coronel Ignacio Soldevilla, para dejarla más aislada; pero que, á pesar de esto, el rey se ha llevado chasco.

Con aquel hombre nunca se sabía cuándo hablaba en serio. ¿Listos?... El silencio de los dos adversarios dió á entender al coronel que podía seguir sus voces de mando. ¡Fuego!... Uno... Sonó un tiro. Martínez, que sólo pensaba en el terrible tres, había disparado.

En esta ocasión fue cuando el coronel Roberto descubrió en la poesía de la señora Galba una semejanza con el genio de Safo y la señaló a los ciudadanos de Fiddletown en una crítica de dos columnas firmada «A. S.», que se publicó también en El Alud, apoyada en extensas citas de los clásicos.

El mayor, más avispado, se apellidaba Pistola, y trataba despóticamente á su compañero, largándole hipócritas patadas y coscorrones en pleno comedor cuando el coronel estaba de espaldas. Atilio, por la atracción del consonante, había apodado Estola al compañero de Pistola, y todos en la casa aceptaban el nombre, hasta el propio interesado.

El príncipe, sabiendo por experiencia que su coronel no conocía el valor del tiempo cuando empezaba á hablar de la «legitimidad» y de «sangre derramada», se apresuró á interrumpirle. Bueno; ya lo sabemos. Pero ¿qué duquesa es la que encontraste?... La señora duquesa de Delille.