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Sentía vivos deseos de volver a ver a Cecilia, y llegué al castillo. Era un edificio hermosísimo, admirablemente situado: el parque extendíase hasta las orillas del Gave; desde las ventanas del salón se descubrían los ribazos del Jurançon, y en el horizonte, a una distancia de quince leguas, las montañas azuladas y las cimas blancas de los Pirineos.

Estos tesoros estaban, o se suponía que estaban, tan hábilmente escondidos, que era menester un don sobrenatural para descubrirlos. De aquí se originó la idea de los zahoríes, que descubrían los tesoros.

Morsamor resolvió parar allí, reposar y hacerse fuerte, si por acaso le descubrían y sorprendían sus enemigos en aquel misterioso retiro.

En la ciudad de Oporto eran tan populares, que en el año 1538 acordaron el obispo y los magistrados seculares, confirmándolo luego Juan II, que mientras atravesaba la procesión la Rua Nova se representase un auto corto de un asunto piadoso, mientras se descubrían todos delante de la Custodia, y que, en las vísperas del mismo día, se repitiese en la iglesia, siempre que no perturbase el oficio de las mismas vísperas.

ELOY. ¡Qué tristeza...! ¡Valiente porquería el tal curso de Canto...! Las pobres criaturas cantaban al unísono y descubrían sus muslos con el mismo ademán. No he visto en el mundo nada más lúgubre que aquello.

Hasta eso no llega mi sabiduría. Por ahí debe de andar. El tren describía amplísima curva. Los viajeros distinguieron una gran masa de edificios cuya blancura descollaba entre el verde. Los grupos de árboles la tapaban a trechos; después la descubrían. «Ya estamos en Valencia, chiquilla; mírala allí».

Desde los pozos se descubrían muy muchos moros entre unos palmares, bien adelante al paso por donde se iba al castillo. Llegada la vanguardia á los pozos, se entendió en limpiarlos, y sin aguardar en su orden hasta que llegase la batalla, salió el Coronel Spínola con algunos arcabuceros italianos hacia los palmares.

Sus amigos, que le conocían bien, descubrían en él menos entereza para desempeñar el papel de libertino, y a menudo se le clareaba la buena índole al través de la máscara. A Maximiliano le contaron que habían sorprendido a Olmedo en el Retiro estudiando a hurtadillas. Cuando le vieron sus amigos, escondió los libros entre el follaje, porque le sabía mal que le descubrieran aquella flaqueza.

Llevaba puesto un traje casero muy sencillo, blanco, corto, huérfano de adornos y cuyas mangas descubrían los brazos: mostraba el cuello desahogado y libre; el pelo húmedo hacia las sienes, y la tez algo encendida, como azotada por el frescor del agua. La figura se destacó por claro sobre el cortinaje oscuro, semejando personaje de dibujo fantástico.

Trataba a su mujer con un cariño tal, que... vamos, se le tomaría por enamorado. Sólo allí, de aquella puerta para adentro, se descubrían las trastadas; sólo ella, fundándose en datos negativos, podía destruir la aureola que el público y la familia ponían al glorioso Delfín. Decía su mamá que era el marido modelo. ¡Valiente pillo!