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Inclinándonos sobre la fuente y viendo en ella reflejada nuestra cara fatigada y con frecuencia nada buena sobre su límpida superficie, no hay nadie que no repita instintivamente, hasta sin haberlo aprendido, el antiguo canto que los güebros enseñaban á sus hijos: Acércate á la flor, pero no la deshojes, Mírala y en voz baja: ¡Oh, quién fuera tan bueno!

Pero ella, entonces, la desgraciada... ¡Mírala! Está aterradora... Con la palidez de la muerte en las mejillas, Julieta se levantó de la tumba y fué á caer en los brazos de su amante. Con voz que parecía velada por el crepúsculo de la noche eterna, la hija de Capuleto esperaba la embriaguez de su dicha al despertarse sobre el corazón del bien amado.

La gente comenzó a desfilar por delante de Leopoldina y la Albornoz, que, dejando estornudar a Fernandito y sin perder de vista su negocio, saludaban a diestro y siniestro a los innumerables conocidos que iban pasando. De pronto, Leopoldina tiró suavemente del vestido a Currita, diciéndole muy bajo: Mírala... ¡Esa es!...

Y con mano febril, por donde se podía adivinar el grado de apasionamiento a que el brigadier había llegado, sacó del bolsillo una cartera y de la cartera un retrato de mujer, que puso delante de los ojos a su hijo. Mírala, ¿te gusta? Miguel la echó una rápida mirada por complacer a su padre y bajó la cabeza en señal afirmativa. Vamos dijo el brigadier en voz baja y temblorosa, dala un beso.

¿Qué tengo de manchar? le respondí, mordiéndome los labios. No importa; te daré una chaqueta mía; siento que no haya para todos. No hay necesidad. ¡Oh, , ! ¡mi chaqueta! Toma, mírala; un poco ancha te vendrá. Pero, Braulio,.. ¡No hay remedio, no te andes con etiquetas!

¡Mucho más de lo que puedas figurarte! Mira mi semblante, Clara, mira mi cuerpo deshecho; acuérdate de aquella Elena que jugaba y corría contigo en el Sotillo cuya alegría decíais que era comunicativa, acuérdate de aquella mujercita mimosa de quien tanto os burlabais que os hacía rabiar y os hacía reír a un mismo tiempo. ¡Mírala ahora bien rota, bien hundida en el fango!

Las mujeres de la villa no podían reprimir el entusiasmo y le prodigaban en voz alta mil adjetivos a cual más lisonjero. ¡Mírala, mírala qué preciosa va, mujer del alma! ¡Si apetece comérsela a besos! ¡Y qué traje tan rico lleva! Dicen que ha venido ex profeso de París. No ha querido vestirse de tisú.

Es donde más se ha esmerado don Claudio, y la que más le ha dado que hacer después de tu gabinete. Se ha empapelado, pintado y casi tillado de nuevo... Mírala. Aquí tienes el piano, los avíos de pintar y de hacer labores, libros, dibujos... en fin, tu taller de artista y tu saloncillo de mujer hacendosa.

eras mi pastor, y tenías mi alma á tu cargo, y me conoces mejor que estos hombres. Yo no quiero perder á mi hija. Habla por : sabes, porque estás dotado de la conmiseración de que carecen estos hombres, sabes lo que hay en mi corazón, y cuáles son los derechos de una madre, y que son mucho más poderosos cuando esa madre tiene sólo á su hija y la letra escarlata. ¡Mírala!

Mírala sentada y pensativa hora tras hora, ó paseando por la terraza del castillo, olvidada de su halcón, de Trovador y de la caza. Sospecho, amigo Roger, que tanto estudio y tanta ciencia como le enseñas sean tarea demasiado pesada para ella, que poco ó nada estudiaba antes, y la preocupen y aun puedan llegar á enfermarle el ánimo y el cuerpo. Orden es de la baronesa, su señora madre....