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Tiene razón Paca... Será que me voy haciendo viejoDe nuevo vagó por las calles á paso lento, bañando su frente en el frescor de la noche. Hacía ya tiempo que no se sintiera tan tranquilo y dueño de mismo. Antes de retirarse á casa quiso dar una vuelta por la tienda de Crisanto. Al llegar á las inmediaciones, en la calle de San Francisco, oyó voces desentonadas, ruido de disputa.

¡Oh, esas campanas de los pueblos, modestas como los viejos campanarios que las sustentan, de sonido ligero y límpido como la atmósfera de los bosques en que vibra, cristalino y cantante como los riachuelos encima de los cuales se para un momento, inmenso es el encanto que desparraman por los solitarios campos... meciendo con pacíficos ensueños el espíritu de quienes lo escuchan!... Sea joven o viejo, esté triste o alegre, aquel hasta cuyos oídos llega el dulcísimo son se siente conmovido en lo más hondo y le parece elevarse por encima de las miserias terrenales... Despiertan en el corazón no se sabe qué de un gran frescor matinal y cándido: es el acompañamiento amistoso de nuestros ensueños, de nuestros deseos, de nuestras añoranzas... intensificándolas todavía.

El aire circula por doquiera, extendiendo una atmósfera perceptible por cima de aquel paisaje que se aleja a distancias tremendas, bañándole de claridades, de corrientes y de frescor, envolviendo las formas, acariciando los contornos, reposando y enlazando entre las coloraciones graves, calientes, opulentas, en que aquí y allá discretamente se intercalan algunas notas claras para fundirlas en amplia y poderosa armonía». Finalmente Beruete cree que «acaso la crítica moderna pueda censurar la iluminación oblicua de Las Lanzas y sostener que no es la suya la luz solar, la luz difusa del aire libre tan en boga en nuestros días».

No murió don Manuel del pesar de que hubiese muerto su hijo, aunque bien pudo ser; sino que dos años antes, y sin que Manuelillo lo supiese, se sentó un día en su sillón, muy envuelto en su capa, y con la guitarra al lado, como si sintiese en el alma unas muy dulces músicas, a la vez que un frescor húmedo y sabroso, que no era el de todos los días, sino mucho más grato.

El bosque estaba húmedo aún; los rayos del sol no habían tenido tiempo de ahuyentar el frescor nocturno; por eso el doctor Chevirev prefería dar un rodeo y caminar por campo abierto. Bien afeitado, muy currutaco con su sombrero de copa, balanceaba negligentemente su mano enguantada, y silbaba, acompañando a los pájaros, cuyas canciones resonaban en la atmósfera.

El aliento consolador del ambiente de la noche, perfumado y empapado con las flores, y el frescor de las márgenes del Darro, serenó mi frente y templó el ardor fatigoso de mis sienes. ¿Con qué razón presumía yo envidiar los amores de otros más afortunados, a quien el cielo pudo premiar con ellos sus virtudes, y el Profeta su valor y constancia?

Leopoldina Pastor no se asustaba: de morir ella, moriría como Carlota Corday, despachando antes media docena de indecentes, como Marat. Carmen Tagle dio un suspiro, sacó un poquito la lengua y preguntó si aquello dolería mucho. Tan sólo se siente un ligero frescor contestó a lo lejos una voz cavernosa.

Y la mano hacía señas impacientes y furiosas, semejante a diestra de epiléptico que se agita en el aire: sus cinco dedos eran aspas incesantes en girar, y Lucía, desalentada, jadeante, iba a escape, y a cada plátano sucedía otro, y la casa lejos... lejos... «¡Necia de miexclamaba al fin; «ya que corriendo no llego nunca... volaréDicho y hecho: como se vuela tan aína en sueños, Lucía se empinaba y.... ¡pim! al aire de un brinco. ¡Oh placer! ¡oh gloria! el erial quedaba debajo; surcaba la región ambiente, pura, serena, azul, y ya la casa no estaba lejos, y ya se acababan los eternos plátanos, y ya distinguía el cuerpo dueño de la mano... era un cuerpo esbelto sin delgadez, dignamente rematado por una cabeza varonil y melancólica... pero que entonces se sonreía cariñosamente, con expansión infinita.... ¡Cómo volaba Lucía! ¡cómo respiraba a placer en la atmósfera serena! ánimo, poco falta.... Lucía escuchaba el batir de sus propias alas, porque tenía alas; y el regalado frescor de las plumas le refrigeraba el corazón.... Ya estaba cerca de la ventana....

Las dos de la tarde acababan de dar en el gabinete, amueblado con el lujo aparatoso e insolente propio de una cortesana vulgar enriquecida de pronto, cuando Magdalena envuelta en ligeras ropas de levantar y aún tembloroso el cuerpo por el frescor del baño, atizó los leños de la chimenea, y aproximando al fuego el mueblecillo que le servía de tocador, extendió sobre él un lienzo guarnecido de puntillas, encima del cual fue colocando cepillos, peines, tatarretes, frascos, polvoreras y cuanto había menester para peinarse.

Entramos al fin en el río, cuyo frescor agradecieron mucho nuestros cuerpos, secos e irritados por el calor y el polvo, y algún tiempo después, cuando comenzaban a iluminar el horizonte los primeros vislumbres de la aurora, ya éramos dueños de la orilla derecha.